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consigo las armas, cerraron la brillante puerta, y se fueron junto al audaz
Odiseo de arteras astucias. Allí se enfrentaban respirando coraje, los cuatro en
el umbral y los del interior de la sala, muchos y nobles. Al lado de los
primeros acudió Atenea, hija de Zeus, que se apareció semejante a Méntor en
su aspecto y su voz. Odiseo se regocijó al verla y le dijo estas palabras:
«Méntor, defiéndenos del tremendo acoso; acuérdate de tu querido
camarada, que te hizo favores. Tú eres de mi misma edad».
Así habló, aunque sospechaba que se trataba de la salvadora Atenea. Los
pretendientes, enfrente, atronaban de gritos la sala. Y se adelantó a reprenderlo
Agelao, el hijo de Damástor:
«Méntor, que no te persuada con sus palabras Odiseo para pelear contra los
pretendientes y defenderlo a él. Pues te advierto que nuestro plan se cumplirá
de esta manera: cuando matemos a éstos, al padre y al hijo, tú serás aniquilado
con ellos, por lo que intentas hacer en estas salas. Tú pagarás con tu cabeza. Y
después de que os hayamos arrebatado vuestras vidas con el bronce, todos los
bienes que tengas, los de tu casa y tus campos, los uniremos a los de Odiseo, y
tampoco permitiremos que vivan en tu casa ni tus hijos ni tus hijas ni que tu
honorable esposa vaya y venga por la ciudad de Ítaca».
Así dijo. Atenea se enfureció aún más en su corazón, y regañó a Odiseo
con palabras de duro reproche:
«Ya no tienes, Odiseo, firme tu ánimo y vivo coraje, como tenías cuando
por Helena de blancos brazos, de óptimo padre, durante nueve años combatiste
fiero y sin descanso, y mataste a numerosos enemigos en la feroz batalla, y por
decisión tuya se conquistó la ciudad de amplias calles de Príamo. ¿Cómo
ahora, cuando ya has llegado a tu casa y tu hacienda, vacilas en mostrarte
resuelto contra los pretendientes? Venga, querido, manténte a mi lado y
aplícate a la tarea, para que veas cómo sabe frente a los enemigos devolver los
beneficios Méntor Alcímida».
Dijo, pero no les iba a dar la victoria por mano de otro, sino que todavía
iba a poner a prueba su coraje y su aguante, tanto de Odiseo como de su
querido hijo. Ella dio un brinco hasta lo alto de la sala oscurecida por el humo
y allí se posó semejante en su figura a una golondrina.
A los pretendientes los animaban Agelao Damastórida, Eurínomo,
Anfimedonte, Demoptólemo, Pisandro Polictórida y el bravo Pólibo. Pues
entre ellos éstos eran los mejores con mucho por su valor, de los que aún
vivían y combatían por sus vidas. A otros ya los habían derribado el arco y los
frecuentes dardos. Tomó la palabra entre ésos Agelao para arengarlos a todos:
«Amigos, ese hombre ya va a detener sus inflexibles manos, y ya
desapareció también Méntor, después de declamar sus vanas promesas, y ellos