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Los pretendientes lanzaron aullidos en la sala, al ver derrumbarse al
hombre, y de sus asientos se alzaron y echaron a correr por la estancia,
escudriñando por todos lados los muy sólidos muros. No había en ningún sitio
escudo ni fiera lanza a su alcance, y empezaron a insultar a Odiseo con
furiosas palabras:
«Extranjero, perversamente lanzas tus flechas contra los presentes. No
participarás más en otros juegos. Ahora ya tienes segura la inmediata muerte.
Porque acabas de asesinar a un hombre que era el mejor de los jóvenes de
Ítaca. Con tal motivo te devorarán aquí los buitres».
Decían así unos y otros, porque pensaban que había matado al joven sin
quererlo. Los necios no se habían apercibido aún de cómo los lazos de la
muerte los tenían apresados a todos ellos. Lanzándoles una torva mirada les
respondió el muy astuto Odiseo:
«¡Ah, perros, pensabais que no iba yo a regresar a mi casa desde el país de
los troyanos, así que saqueabais mi morada y os acostabais sin miramientos
con mis siervas en mi palacio, y pretendíais a mi mujer estando yo vivo, sin
temor de los dioses que dominan el amplio cielo ni de la posible venganza
futura de los hombres! Ahora os tienen apresados a todos los lazos de la
muerte».
Así habló y a todos ellos les estremeció el pálido espanto. Escudriñó cada
uno por dónde podría escapar a la brusca muerte. Eurímaco fue el primero en
responder y dijo:
«Si de verdad eres Odiseo de Ítaca que has vuelto, has dicho cosas justas,
sobre que han cometido los aqueos muchas acciones sin freno en tu palacio y
muchas en tus tierras. Pero ya está muerto éste, que fue el instigador de todo,
Antínoo. Ése, en efecto, incitaba a tales desmanes, no porque estuviera en la
indigencia ni porque anhelara la boda, sino con otras intenciones, que no le ha
cumplido el Crónida: para hacerse rey sobre el pueblo de la bien fundada
Ítaca, además de dar muerte a tu hijo tendiéndole una emboscada. Pero ahora
está muerto, con justo castigo. Tú perdona a tus gentes. Enseguida nosotros
haremos una colecta en la región, por todo cuanto se ha comido y bebido en
tus salas, y, aportando cada uno un lote de veinte bueyes y oro y bronce, te
compensaremos hasta que tu corazón se contente. Por lo pasado no es
reprensible que se muestre enfurecido».
Mirándole torvamente le contestó el muy astuto Odiseo:
«Eurímaco, ni aunque me dierais todos vuestra herencia y cuanto ahora
tenéis y si le añadierais más de otros lados, ni aun así privaría a mis manos de
esta matanza, hasta haber castigado del todo a todos los pretendientes por sus
ultrajes. Ahora se os ofrece sin más pelear o escapar, a todo el que quiera