Page 233 - La Odisea alt.
P. 233
alguna de las mujeres interviene en esto, o es Melantio, el hijo de Dolio, del
que sospecho».
Así ellos hablaban entre sí con semejantes palabras. Melantio, el pastor de
cabras, se puso de nuevo en camino hacia la cámara para aportar buenas
armas. Pero el divino porquerizo lo avistó, y al momento le dijo a Odiseo, que
estaba a su lado:
«Divino Laertíada, Odiseo de muchos recursos, aquel individuo
traicionero, del que sospechábamos nosotros, va hacia el cuarto. Dime tú sin
ningún reparo si lo mato, en caso de que logre dominarlo, o si te lo traigo acá,
para que pague por los muchos daños, por todos los que ha maquinado en tu
casa».
Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:
«Bueno, Telémaco y yo mantendremos a raya a los nobles pretendientes
dentro de la sala, por muy furiosos que nos ataquen. Vosotros dos, doblándole
pies y manos a la espalda, tumbadle en la estancia, sujetad bien los cierres por
dentro, y atadlo con una cuerda retorcida y colgadlo en lo alto de una alta
columna e izadlo hasta las vigas, de modo que quede con vida largo tiempo y
sufra terribles dolores».
Así habló y ellos lo escucharon con atención y le obedecieron. Se
dirigieron a la cámara, sin ser notados por el que ya estaba dentro. Andaba en
el fondo del aposento buscando armas. Ellos se apostaron aguardando a un
lado y otro tras las columnas. Y cuando iba a traspasar el umbral Melantio, el
pastor de cabras, llevando en una mano un hermoso casco y en la otra un
escudo muy envejecido, recubierto de moho, del héroe Laertes, que lo había
usado en su juventud, pero ahora yacía allí tirado y con las correas de cuero
rotas, se abalanzaron los dos sobre él, lo agarraron y arrastraron por los pelos
dentro, y lo tumbaron en el suelo, aterrorizado en su corazón, mientras le
sujetaban de pies y manos con una dolorosa lazada, con un retorcido nudo a su
espalda, como había ordenado el hijo de Laertes, el muy sufrido divino
Odiseo.
Atándolo con una soga bien retorcida lo colgaron de una alta columna y lo
izaron hasta las vigas.
Y, mofándote de él, le dijiste tú, porquerizo Eumeo:
«Ahora sí que sin descanso, Melantio, velarás toda la noche tendido en un
suave lecho, como tú te mereces. No llegará sin que la adviertas la matutina
Aurora de áureo trono, surgiendo en las corrientes del océano, para que tú te
esmeres en traer a esta casa las cabras para la comida de los pretendientes».
Así se quedó éste allí, colgado de su dolorosa atadura. Ellos dos tomaron