Page 239 - La Odisea alt.
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Así habló. Las mujeres acudieron en tropel sollozando de modo tremendo,
               derramando copioso llanto. En primer lugar, pues, se llevaban los cadáveres de
               los muertos, y los dejaban bajo el pórtico del bien murado patio, amontonando
               a unos sobre otros. Odiseo en persona daba las órdenes presuroso. Ellas los
               arrastraban a la fuerza. A continuación fregaban los asientos y las hermosas
               mesas  con  agua  y  porosas  esponjas.  Entre  tanto  Telémaco,  el  vaquero  y  el

               porquerizo  rascaban  el  suelo  de  la  elegante  mansión  con  las  palas.  Y  las
               esclavas  recogían  los  despojos  y  los  echaban  fuera.  Después  que  hubieron
               puesto en orden toda la casa, sacaron a las esclavas de la confortable sala, y
               entre  la  rotonda  y  el  recinto  bien  murado  del  patio  las  empujaron  hasta  un
               rincón estrecho, del que no cabía escapatoria. Y a ellos les dijo el muy juicioso
               Telémaco:


                   «No quisiera privarles de la vida con una muerte limpia a estas que han
               vertido  infamia  sobre  mi  cabeza  y  la  de  mi  madre,  y  se  acostaban  con  los
               pretendientes».

                   Así dijo, y enlazando la soga de un navío de azulada proa a una elevada
               columna rodeó con ella la rotonda tensándola a una buena altura, de modo que
               ninguna llegara con los pies al suelo. Como cuando los tordos de anchas alas o
               las  palomas  se  precipitan  en  una  red  de  caza,  extendida  en  un  matorral,  al

               volar  hacia  su  nido,  y  les  aprisiona  un  odioso  lecho,  así  ellas  se  quedaron
               colgadas  con  sus  cabezas  en  fila,  y  en  torno  a  sus  cuellos  les  anudaron  los
               lazos, para que murieran del modo más lamentable. Agitaron sus pies un rato,
               pero no largo tiempo. Y a Melantio lo sacaron a través del atrio y del patio. Le
               rebanaron  con  el  aguzado  bronce  la  nariz,  las  orejas  y  le  arrancaron  los
               genitales, para dárselos de comer crudos a los perros, y le cortaron las manos y
               los  pies  con  furioso  ánimo.  Después  se  lavaron  las  manos  y  los  pies  y

               volvieron a la casa de Odiseo. Quedaba cumplida su tarea.

                   Dijo entonces éste a su querida nodriza Euriclea:

                   «Anciana,  trae  azufre,  remedio  de  males,  y  acércame  fuego,  para  que
               sahúme el salón. Y dile tú a Penélope que venga acá con las mujeres de su
               servicio. Manda también venir a todas las siervas de la casa».

                   Respondióle, a su vez, la querida nodriza Euriclea:


                   «Bien, hijo mío, has dicho esto, con mucho tino. Pero, ea, voy a traerte
               ropas,  túnica  y  manto,  para  que  no  aparezcas  en  palacio  con  esos  harapos
               sobre tus anchos hombros. No estaría bien visto».

                   Respondiéndole dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Ahora lo primero es que yo disponga de fuego en las salas».

                   Así habló y no dejó de atenderlo su querida nodriza Euriclea. Trajo fuego y
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