Page 231 - La Odisea alt.
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evitar  la  muerte  y  las  fatales  Parcas.  Presumo  que  nadie  va  a  evitar  su
               repentina muerte».

                   Así habló, y entonces a ellos les temblaron las rodillas y el corazón. Entre
               todos tomó la palabra Eurímaco por segunda vez:

                   «Amigos, este hombre no va a detener sus inflexibles manos, sino que, ya
               que  ha  tomado  el  pulido  arco  y  la  aljaba,  seguirá  disparando  desde  el  liso

               umbral  hasta  matarnos  a  todos  nosotros.  Así  que  afrontemos  el  combate.
               Desenvainad las espadas y oponed las mesas a sus saetas de pronta muerte.
               Resistamos contra él todos juntos, a ver si lo rechazamos más allá del umbral
               y las puertas, y salimos hacia la ciudad y se extiende a toda prisa el griterío.
               En tal caso pronto el hombre dispararía su turno final».

                   Diciendo  así  desenvainó  su  aguda  espada  de  bronce,  afilada  por  ambos
               lados. Saltó hacia él, dando un terrible alarido. Pero en aquel instante Odiseo

               le disparaba su flecha, y le alcanzó en el pecho bajo la tetilla, y la veloz saeta
               se  le  hincó  hasta  el  hígado.  De  su  mano  cayó  la  espada  al  suelo,  y  él
               trompicando se desplomó sobre una mesa, derribándola, y echando por tierra
               los  manjares  y  el  vaso  de  doble  copa.  Golpeaba  en  tierra  con  su  frente  en
               estertores agónicos y en sus convulsiones pateaba su silla con ambos pies. Y
               sobre sus ojos se abatió la tiniebla.


                   Contra  el  glorioso  Odiseo  se  destacó  Anfínomo,  avanzando  de  frente.
               Había desenvainado su aguda espada para ver si le hacía retirarse de la puerta.
               Pero se le adelantó Telémaco hiriéndole por detrás con su lanza broncínea en
               medio de los hombros, y se la pasó a través por el pecho. Resonó al caer y dio
               en  el  suelo  con  toda  su  frente.  Telémaco  se  retiró  dejando  la  pica  de  larga
               sombra  allí  en  el  cuerpo  de  Anfínomo,  porque  recelaba  que  alguno  de  los
               aqueos  lo  hiriera  con  la  espada  si  lo  atacaba  cuando  él  retiraba  la  lanza  de

               larga sombra o lo golpeara al agacharse a por ella. Corrió y muy deprisa llegó
               junto a su padre y, parándose a su costado, le dirigió estas palabras aladas:

                   «Padre, enseguida te traeré un escudo y dos lanzas y un casco de bronce
               bien  ajustado  a  tus  sienes.  Yo  mismo  voy  a  ponerme  otro,  y  daré  otros  al
               porquerizo y al vaquero. Pues es mejor estar bien pertrechados».

                   Contestándole dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Tráelos corriendo, mientras aún me quedan flechas para contenerlos, no

               vayan a hacerme retirar de la puerta al estar yo solo».

                   Así habló, y Telémaco obedecía a su querido padre. Se apresuró hacia la
               cámara  donde  había  guardado  las  famosas  armas.  De  allí  recogió  cuatro
               escudos, ocho lanzas y cuatro yelmos de bronce con penachos de crines de
               caballo.  Y  fue  con  ellos  y  aprisa  llegó  al  lado  de  su  querido  padre.
               Inmediatamente revistió el bronce en torno al cuerpo y a la vez los dos siervos
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