Page 228 - La Odisea alt.
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Así gritaban, y el que lo llevaba lo volvió a dejar en su lugar, amedrentado,
               ya que eran muchos quienes le increpaban en la sala. Pero Telémaco, desde el
               otro lado, le gritaba con amenazas:

                   «¡Viejo, sigue con el arco! ¡No te irá bien si obedeces a todos! Cuida de
               que, aun siendo yo más joven, no te persiga hasta el terruño apedreándote. En
               fuerza soy muy superior a ti. ¡Ojalá que así aventajara a todos cuantos están
               ahora  en  mi  casa,  y  fuera  más  fuerte  por  mis  manos  y  mi  vigor  que  los

               pretendientes! Entonces expulsaría yo violentamente de nuestra casa a toda esa
               gente que aquí maquina maldades».

                   Así habló y, al punto, se rieron jocosamente de él todos los pretendientes y
               distendieron su tensa cólera gracias a Telémaco. El porquerizo transportó el
               arco a través de la sala y al llegar junto al audaz Odiseo lo puso en sus manos.
               Luego llamó aparte a la nodriza Euriclea y le dijo:


                   «Telémaco  te  ordena,  sensata  Euriclea,  que  cierres  las  puertas  de  firme
               ensamblaje, y que si luego alguien escucha dentro de este recinto estrépito o
               griterío de los hombres, no venga a asomarse a través de la puerta, sino que
               calle y se ocupe de su tarea».

                   Así dijo, y para ella no fue un consejo alado. Cerró las puertas de la sala
               bien poblada. Silenciosamente Filetio se deslizó por las puertas del palacio y

               cerró enseguida el portón del patio de buenas tapias. Había bajo el pórtico una
               soga de una nave veloz hecha de papiro. Con ella sujetó las puertas y luego
               regresó. Se sentó entonces en el asiento del que se había levantado, mirando a
               Odiseo. Manejaba ya él el arco, le daba vueltas por todos lados, lo probaba
               aquí y allí, por si la carcoma había roído el asta de cuerno en la ausencia de su
               dueño. De modo que así dijo alguno al verlo de cerca:

                   «Es  un  experto  y  entendido  en  arcos.  Sin  duda  que  también  él  guarda

               alguno así en su hogar, o, al menos, ha pensado fabricárselo. ¡De tal modo lo
               zarandea en sus manos arriba y abajo el vagabundo cargado de desdichas!».

                   Al otro lado otro de los jóvenes pretenciosos decía:

                   «¡Ojalá  que  éste  saque  de  él  tanto  provecho  como  capacidad  va  a  tener
               para tensarlo!».

                   Así  comentaban  entonces  los  pretendientes.  Pero  el  muy  astuto  Odiseo,
               después de haber sopesado el arco y remirarlo por todos lados, como cuando

               un hombre experto en la lira y el canto tensa hábilmente la cuerda en torno a
               una nueva clavija anudando por las puntas la tripa bien retorcida de oveja, así
               sin esfuerzos armó su gran arco Odiseo. Agarrando con la mano derecha el
               nervio lo probó. La cuerda resonó agudamente, con un chillido semejante al de
               una golondrina.
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