Page 227 - La Odisea alt.
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porque no es conveniente ni razonable».

                   A su vez a ella le replicaba Eurímaco, hijo de Pólibo:

                   «Hija de Icario, muy prudente Penélope, no creemos que éste te lleve y
               tampoco  parece  normal,  sino  que  sentimos  vergüenza  del  chismorreo  de
               hombres y mujeres, de que alguien en alguna ocasión, uno muy ruin de los
               aqueos,  diga:  “¡Que  hombres  tan  viles  pretenden  a  la  esposa  de  un  hombre

               intachable, que ni siquiera tensaron su arco bien pulido, mientras que otro, un
               mendigo  vagabundo  recién  llegado,  armó  fácilmente  el  arco  y  lo  disparó  a
               través de los hierros!”. Así dirán y eso será una vergüenza para nosotros».

                   De nuevo le contestó la muy prudente Penélope:

                   «Eurímaco, no es posible que mantengan buena fama de ningún modo en
               el pueblo quienes deshonran y devoran la casa de un hombre muy noble. ¿Por
               qué tomáis eso como afrenta? Ese extranjero es muy alto y muy robusto y, con
               respecto a su linaje, aseguro que es de noble padre. Así que, venga, dadle el

               arco bien pulido para que lo veamos. Ya que os voy a predecir lo que podría
               cumplirse. Si lo tensa, y le concede su ruego Apolo, lo vestiré con hermosas
               ropas, un manto y una túnica, y le daré un agudo venablo, arma de defensa
               contra perros y hombres, y una espada de doble filo. Y le ofreceré sandalias
               para  sus  pies  y  le  dispondré  el  viaje  a  donde  su  corazón  y  su  ánimo  lo

               impulsen».

                   Pero a ella, a su vez, le contestaba el juicioso Telémaco:

                   «Madre mía, respecto al arco ninguno de los aqueos tiene más autoridad
               que  yo  para  darlo  o  negárselo  a  quien  quiera,  ni  entre  cuantos  poseen  sus
               dominios en la rocosa Ítaca, ni de cuantos los tienen en las islas frente a la
               Elide criadora de corceles. Ninguno de éstos me forzará contra mi voluntad,
               incluso si yo quisiera ofrecerle este arco al extranjero para que se lo lleve. Así
               que retírate al interior de la casa y ocúpate de tus tareas del telar y la rueca, y

               ordena a tus sirvientas que se apliquen a sus labores. Del arco se cuidarán los
               hombres todos, y ante todo yo, de quien es el poder en esta casa».

                   Ella, asombrada, se retiró pronto a pasos raudos de la estancia, y obedeció
               en su ánimo el consejo juicioso de su hijo. Tras subir al piso de arriba con las
               mujeres a su servicio se echó a llorar por Odiseo, su querido esposo, hasta que
               el dulce sueño vertió sobre sus párpados Atenea de ojos glaucos.


                   Entre tanto el divino porquerizo tomó en sus manos el curvo arco y se lo
               llevaba,  mientras  los  pretendientes  alborotaban  en  las  salas.  Así  decía  uno
               cualquiera  de  los  soberbios  pretendientes:  «¿Adónde  vas  con  el  curvo  arco,
               alocado porquerizo, perturbado? Pronto te devorarán los rápidos perros lejos
               de los humanos, entre esos cerdos que tú crías, si Apolo y los demás dioses
               inmortales nos son propicios».
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