Page 226 - La Odisea alt.
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Así  habló  Antínoo,  y  los  demás  aprobaron  su  consejo.  Los  heraldos  les
               derramaron agua sobre las manos, los mozos colmaron de bebida las cráteras
               hasta  el  borde  y  sirvieron  a  todos  empezando  a  llenar  las  copas.  Y  ellos
               hicieron sus libaciones y bebieron cuanto quiso cada uno. Entre ellos tomó la
               palabra, meditando engaños, el muy astuto Odiseo:

                   «Prestadme  atención,  pretendientes  de  la  muy  ilustre  reina,  para  que  os
               diga lo que me dicta mi ánimo en mi pecho.


                   »A Eurímaco, ante todo, y a Antínoo de aspecto divino, les suplico, ya que
               él ha dicho este consejo de modo atinado, que ahora dejen el arco y lo confíen
               a los dioses. Por la mañana el dios dará fuerza a quien él quiera. Pero, vamos,
               prestadme el arco bien pulido, para que después de vosotros ponga a prueba
               mis brazos y mi fuerza, a ver si aún me queda vigor como el que antes tenía en
               mis  flexibles  miembros  o  ya  mi  vagabundear  y  la  vida  azarosa  lo  han
               arruinado».


                   Así dijo. Todos los otros se indignaron de modo tremendo, temerosos de
               que él tensara el arco bien pulido. En réplica, Antínoo tomó la palabra y dijo:

                   «¡Ah, condenado extranjero, no tienes ni pizca de seso! ¿No te contentas
               con que ya comes con nosotros los príncipes a tus anchas y que no careces de
               nada en el banquete, e incluso oyes nuestras palabras y charla? Ningún otro

               forastero y mendigo asiste a nuestras conversaciones. Te hace delirar el vino
               de dulzor de miel, que ya echó a perder a otros, a quien lo trasiega con ansia y
               bebe sin tasa. El vino también trastornó al centauro Euritión, el muy famoso,
               en el palacio del magnánimo Pirítoo, cuando fue a visitar a los lápitas. Y en
               cuanto  él  embriagó  su  mente  con  el  vino,  acometió  sus  desmanes  en  la
               mansión de Pirítoo. Pero la indignación sacudió a los héroes y se abalanzaron
               contra él, lo arrastraron por el atrio hasta echarlo y le cortaron con el cruel

               bronce las orejas y la nariz. Y él se fue con la mente enloquecida arrastrando
               su  perdición.  Desde  ese  lance  se  fraguó  el  odio  entre  los  centauros  y  los
               hombres  y  aquél,  por  sí  mismo,  se  buscó  la  ruina,  por  emborracharse.  Así
               también a ti te auguro una gran desgracia, si acaso tensaras el arco. Porque no
               vas  a  conseguir  amparo  alguno  en  nuestro  país,  sino  que  al  momento  te
               enviaremos en una negra nave hacia el rey Equeto, que aniquila a cualquier ser

               humano. De eso nadie te salvará. Conque, tranquilo, tú bebe y no trates de
               competir con hombres más jóvenes».

                   A éste, a su vez, le contestó la muy prudente Penélope:

                   «Antínoo, no es hermoso ni justo insultar a los huéspedes de Telémaco,
               cualquiera que acuda a esta casa. ¿Crees acaso que si el extranjero, confiando
               en sus brazos y su fuerza, tensara el gran arco de Odiseo, me llevaría consigo a
               su casa y me haría su esposa? Ni siquiera él mismo en su pecho confía en eso.

               Que ninguno de vosotros se atormente con ese motivo aquí en el banquete,
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