Page 225 - La Odisea alt.
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Tras hablar así apartó los harapos de la gran cicatriz. Y cuando ambos la
vieron y examinaron bien a su señor, se echaron a llorar lanzando sus brazos
en torno del bravo Odiseo, y le besaban cariñosamente la cabeza y los
hombros. Así también Odiseo les besó la cabeza y las manos. Y allí hubieran
sollozado hasta la puesta del sol, si el mismo Odiseo no los hubiera contenido.
Y les dijo:
«Dejad los dos el gemir y el llanto, no vaya a ser que alguno salga de la
sala y os vea, y luego vaya a contarlo dentro. Ahora entrad uno tras el otro, y
no vayamos todos juntos. Primero yo, luego vosotros. La señal convenida será
ésta: todos los demás, todos esos nobles pretendientes no permitirán que se me
ofrezca el arco y la aljaba; pero tú, divino Eumeo, cruza la sala con el arco y
déjalo en mis manos, y di a las mujeres que cierren las puertas firmemente
encajadas de la sala, y si alguna oyera griterío o estrépito procedente de allí, de
los hombres de dentro de la estancia, que no se asome a la puerta, sino que
atienda tranquila a su tarea. A ti, Filetio divino, te encargo que cierres con
llave las puertas del patio y las asegures prontamente con una soga».
Después de decir esto penetró en la mansión bien habitada, y fue y se sentó
en la silla de la que se había levantado. Entraron luego los dos servidores del
divino Odiseo.
Ya Eurímaco daba vueltas en sus manos al arco, caldeándolo por aquí y por
allí a la llama del fuego. Pero ni aun así lograba tensarlo y por lo bajo gemía
en su brioso corazón. Con pesadumbre luego comenzó a hablar, y dijo estas
palabras:
«¡Ay, ay! ¡Qué congoja siento por mí y por todos! No tanto me lamento
por la boda, aunque mucho me apena. Hay, desde luego, otras muchas aqueas,
unas en la misma Ítaca batida por el mar, y otras en otras ciudades. Sino
porque tan faltos estamos de la fuerza del divino Odiseo que no conseguimos
armar su arco. ¡Será baldón infame para nosotros cuando lo sepan los del
futuro!».
Le contestó a su vez Antínoo, hijo de Eupites:
«Eurímaco, no va a ser así. Tú mismo lo sabes. Pues ahora es en esta
región la fiesta santa del dios, ¿quién podría tensar el arco? Pero esperad
tranquilos. En cuanto a las hachas, podemos dejarlas ahí enhiestas. Nadie,
pienso, va a llevárselas entrando en el salón del Laertíada Odiseo. Conque
vamos, que el copero comience a servir las copas para que hagamos las
libaciones y dejemos reposar el curvo arco. Ordenad que al alba Melantio, el
pastor de las cabras, traiga unas cuantas, las mejores de todos los rebaños, a
fin de que, después de ofrendar los muslos a Apolo Arquero, probemos de
nuevo el arco y concluyamos la prueba».