Page 18 - La Odisea alt.
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iniquidades! Que nadie de sus gentes, para quienes él era el señor, recuerda al

               divino Odiseo y cómo era como un padre. No voy por tanto a reprochar a los
               arrogantes pretendientes que cometan actos violentos en los disparates de su
               mente. Pues ellos, exponiendo sus cabezas, devoran violentamente la hacienda
               de Odiseo, y afirman que él ya no volverá. Ahora estoy irritado contra el resto
               del pueblo, de ver cómo os quedáis todos sentados en silencio y sin intentar

               siquiera,  afrentándolos  con  vuestras  palabras,  contener  a  esos  contados
               pretendientes siendo vosotros muchos».

                   A éste le replicó Leócrito, hijo de Evénor:

                   «Méntor, tortuoso, embotado de mente, ¡qué has dicho incitando a que nos
               detengan!  ¡Amargo  les  sería  incluso  a  hombres  aún  más  numerosos  pelear
               contra  nosotros  por  un  festín!  Porque,  aunque  el  mismo  Odiseo  de  Ítaca
               regresara  y  tramara  en  su  ánimo  expulsar  de  su  hogar  a  los  famosos
               pretendientes  que  banquetean  en  su  palacio,  no  se  alegraría  mucho  de  su

               vuelta su mujer que tanto lo echa de menos, sino que él obtendría un triste
               final  para  sí  mismo,  al  combatir  contra  muchos  más.  No  has  hablado  con
               acierto. Conque, vamos, que el pueblo se disuelva, cada uno a sus tareas.

                   »A ése le impulsarán a viajar Méntor y Haliterses, que son desde siempre
               compañeros de su padre, pero sólo ellos. Pero sentado en Ítaca mucho tiempo,
               aquí se enterará de las noticias y nunca acometerá tal viaje».


                   Así dijo entonces, y disolvió la presurosa asamblea. Los demás se fueron
               cada uno por su lado a su casa, mientras los pretendientes se dirigieron a la
               mansión del divino Odiseo. Telémaco se retiró lejos a la orilla del mar, y, tras
               haberse lavado las manos en la espumosa orilla, invocó a Atenea:

                   «¡Óyeme, divinidad que ayer viniste a nuestro hogar, y me incitaste a partir
               en una nave por la brumosa mar para informarme acerca del regreso de mi

               padre tanto tiempo ausente! Todo eso lo demoran los aqueos y sobre todo los
               pretendientes en su infame soberbia».

                   Así dijo rezando y a su lado acudió Atenea, que se había asemejado en el
               cuerpo y la voz a Méntor. Tomando la palabra, decíale palabras aladas:

                   «Telémaco, en adelante ya no serás cobarde ni estúpido, si algo en ti se ha
               inculcado  el  valeroso  coraje  de  tu  padre.  ¡Cómo  era  aquél  en  cumplir  su
               empeño y su palabra! No va a ser, pues, tu viaje inútil ni incierto.


                   »Si no fueras un vástago de él y de Penélope, no creo que tú acabaras lo
               que ahora planeas. Desde luego son pocos los hijos que salen semejantes a sus
               padres; los más son más débiles y pocos son mejores que su padre. Mas ya que
               no  vas  a  ser  desde  ahora  cobarde  ni  estúpido  y  no  careces  en  absoluto  del
               ingenio de Odiseo, tengo esperanza de que concluyas esta empresa.
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