Page 223 - La Odisea alt.
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dispararía la flecha a través de los hierros. Y tal vez lo habría tensado con
aplomo al cuarto intento, de no ser porque Odiseo le hizo una seña y contuvo
su apasionado impulso. De nuevo habló el sagrado coraje de Telémaco:
«¡Ay, ay! ¿Voy a ser de ahora en adelante cobarde y flojo, o es que todavía
soy muy joven y aún carezco de confianza en mis brazos para responder a un
enemigo, cuando alguno me ofenda? Pero venid vosotros, que sois mejores
que yo en vigor y probad el arco, y pongamos fin al certamen».
Diciendo esto, dejó el arco en el suelo, y se alejó, apoyándolo en las hojas
de la puerta, ajustadas y bien pulidas, y allí, en una bella argolla, depositó la
aguzada flecha, y fue a sentarse de nuevo en la silla de la que se había
levantado. Entre los otros tomó la palabra Antínoo, hijo de Eupites:
«Compañeros, acercaos uno tras otro, empezando por la derecha y a partir
del sitio en donde se escancia el vino».
Así habló Antínoo, y les pareció bien el consejo. Levantóse el primero
Liodes, hijo de Énope, que tenían como adivino y que se sentaba muy al fondo
siempre, junto a la hermosa crátera. Era el único a quien le eran odiosos los
excesos y se enfadaba con todos los pretendientes. Éste fue el primero en
tomar el arco y la aguzada flecha. Fue hasta el umbral y se detuvo para armar
el arco, pero no llegó a tensarlo, ya que antes se fatigó de estirar la cuerda en
sus manos no encallecidas, flojas. Y dijo a los pretendientes:
«Amigos, no lo tenso, que lo intente ahora otro. Este arco va a privar a
muchos pretendientes del ánimo y la vida, y estará así bien, pues acaso es
mucho mejor estar muerto que vivir sin conseguir aquello por lo que nos
reunimos acá, esperando un día tras otro. Hasta ahora cualquiera tiene en su
mente esperanzas y deseos de casarse con Penélope, la compañera de Odiseo.
Pero en cuanto pruebe el arco y vea el resultado, ya puede irse a cortejar a
cualquiera de las aqueas de bellos peplos, e intentar obtenerla con sus regalos
de boda. Ella puede casarse con quien más regalos le ofrezca y le esté
destinado».
Así entonces habló y dejó el arco a un lado, apoyándolo en las hojas de la
puerta, bien ajustadas y pulidas, y en la bella argolla depositó la aguzada
flecha. Luego se sentó de nuevo en la silla de la que se había levantado.
Antínoo, en réplica, le dirigía la palabra y le decía:
«¿Liodes, qué palabras se escaparon de la cerca de tus dientes? Tremendas
y negativas, y me irrito al escuchar que ese arco va a privar a muchos de los
pretendientes de su ánimo y vida, sólo porque tú no eres capaz de tensarlo.
Sólo porque a ti no te parió tu señora madre para ser un buen usuario del arco
y las flechas. Pero otros nobles pretendientes lo tensarán enseguida».