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Así habló y dio órdenes a Melantio, pastor de cabras:
«Venga ya, enciende el fuego en el salón, Melantio, y prepara un gran
sillón y unas pieles sobre él; saca una gran bola de sebo de ahí dentro, para
que los jóvenes la calentemos y, tras untarle la grasa, probemos el arco y
concluyamos la prueba».
Así habló y al momento Melantio se puso a encender el fuego infatigable,
y acercóle un gran asiento y unas pieles sobre él, y sacó una gran bola de sebo
del interior de la casa. Con esto los jóvenes calentaron el arco y lo probaban,
pero no lograban tensarlo, y andaban muy faltos de fuerza. Quedaban sólo
Antínoo y Eurímaco de divino aspecto, los caudillos de los pretendientes. Eran
con mucho los más destacados por su valía.
De la mansión salieron juntos a la vez ambos, el vaquero y el porquerizo
del divino Odiseo. Y detrás de ellos salió de la casa el divino Odiseo. Tan
pronto como se hallaron fuera de las puertas y el atrio, tomó él la palabra y les
hablaba con amables términos.
«Vaquero y tú, porquerizo, quisiera deciros algo. ¿O voy a ocultarlo? Mas
mi ánimo me impulsa a decíroslo. ¿Seríais capaces de pelear por Odiseo, si él
llegara de donde fuera hasta aquí, de improviso, y el destino lo condujera?
¿Lucharíais a favor de los pretendientes o por Odiseo? Decídmelo, tal como
vuestro corazón y vuestro ánimo os lo indiquen».
Le contestó pronto el hombre que era guardián de sus vacas:
«¡Zeus Padre, ojalá me cumplieras este voto: que llegara aquel hombre y lo
condujera un dios! ¡Conocerías cuál es mi fuerza y lo que valen mis brazos!».
Del mismo modo Eumeo rogó a todos los dioses que regresara el muy
sagaz Odiseo a su hogar. Cuando él hubo constatado el verdadero talante de
ambos, de nuevo respondiendo a sus palabras les dijo:
«Ése está ya aquí: soy yo. Después de soportar muchos males he vuelto a
los veinte años a mi tierra patria. Soy consciente de que llego deseado sólo por
vosotros entre mis siervos. De los otros a ninguno escuché que rogara para que
de nuevo estuviera de regreso en mi casa. A vosotros dos os diré la verdad, lo
que va a pasar. Si por mis manos un dios hace sucumbir a los nobles
pretendientes, os daré a los dos mujer y os proporcionaré riquezas y una casa
construida cerca de la mía. Y en adelante os consideraré camaradas y
hermanos de Telémaco.
»Pero, venga, voy a mostraros otra señal muy clara, a fin de quedar bien
reconocido y con plena confianza en vuestro ánimo: la cicatriz de la herida
que me causó un jabalí de blanco colmillo cuando yo iba por el Parnaso con
los hijos de Autólico».