Page 224 - La Odisea alt.
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Así habló y dio órdenes a Melantio, pastor de cabras:

                   «Venga  ya,  enciende  el  fuego  en  el  salón,  Melantio,  y  prepara  un  gran
               sillón y unas pieles sobre él; saca una gran bola de sebo de ahí dentro, para
               que  los  jóvenes  la  calentemos  y,  tras  untarle  la  grasa,  probemos  el  arco  y
               concluyamos la prueba».

                   Así habló y al momento Melantio se puso a encender el fuego infatigable,

               y acercóle un gran asiento y unas pieles sobre él, y sacó una gran bola de sebo
               del interior de la casa. Con esto los jóvenes calentaron el arco y lo probaban,
               pero  no  lograban  tensarlo,  y  andaban  muy  faltos  de  fuerza.  Quedaban  sólo
               Antínoo y Eurímaco de divino aspecto, los caudillos de los pretendientes. Eran
               con mucho los más destacados por su valía.

                   De la mansión salieron juntos a la vez ambos, el vaquero y el porquerizo
               del  divino  Odiseo.  Y  detrás  de  ellos  salió  de  la  casa  el  divino  Odiseo.  Tan

               pronto como se hallaron fuera de las puertas y el atrio, tomó él la palabra y les
               hablaba con amables términos.

                   «Vaquero y tú, porquerizo, quisiera deciros algo. ¿O voy a ocultarlo? Mas
               mi ánimo me impulsa a decíroslo. ¿Seríais capaces de pelear por Odiseo, si él
               llegara  de  donde  fuera  hasta  aquí,  de  improviso,  y  el  destino  lo  condujera?
               ¿Lucharíais a favor de los pretendientes o por Odiseo? Decídmelo, tal como

               vuestro corazón y vuestro ánimo os lo indiquen».

                   Le contestó pronto el hombre que era guardián de sus vacas:

                   «¡Zeus Padre, ojalá me cumplieras este voto: que llegara aquel hombre y lo
               condujera un dios! ¡Conocerías cuál es mi fuerza y lo que valen mis brazos!».

                   Del  mismo  modo  Eumeo  rogó  a  todos  los  dioses  que  regresara  el  muy
               sagaz Odiseo a su hogar. Cuando él hubo constatado el verdadero talante de
               ambos, de nuevo respondiendo a sus palabras les dijo:

                   «Ése está ya aquí: soy yo. Después de soportar muchos males he vuelto a

               los veinte años a mi tierra patria. Soy consciente de que llego deseado sólo por
               vosotros entre mis siervos. De los otros a ninguno escuché que rogara para que
               de nuevo estuviera de regreso en mi casa. A vosotros dos os diré la verdad, lo
               que  va  a  pasar.  Si  por  mis  manos  un  dios  hace  sucumbir  a  los  nobles
               pretendientes, os daré a los dos mujer y os proporcionaré riquezas y una casa
               construida  cerca  de  la  mía.  Y  en  adelante  os  consideraré  camaradas  y

               hermanos de Telémaco.

                   »Pero, venga, voy a mostraros otra señal muy clara, a fin de quedar bien
               reconocido y con plena confianza en vuestro ánimo: la cicatriz de la herida
               que me causó un jabalí de blanco colmillo cuando yo iba por el Parnaso con
               los hijos de Autólico».
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