Page 221 - La Odisea alt.
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desaparecido,  y,  con  ellas,  unos  mulos  robustos.  Éstas  le  atrajeron  luego  la
               muerte y el destino fatal, cuando se enfrentó al valeroso hijo de Zeus, el héroe
               Heracles, realizador de grandes trabajos, que lo mató, aunque era su huésped,
               en su propia casa. ¡Ingrato! No sintió temor a la venganza de los dioses ni
               respeto a la mesa que le había agasajado. Al punto lo mató allí, y se quedó él
               con los caballos de sólidas pezuñas en su palacio. Cuando las estaba buscando

               se topó con Odiseo y le dio su arco, el que antes había llevado el gran Éurito,
               que, a su vez, se lo dejó a su hijo al morir en su mansión de alto techo. A éste
               Odiseo le ofreció una afilada espada y una recia lanza, como principio para
               una leal amistad como huéspedes. Pero no se frecuentaron uno a otro en la
               mesa, ya que antes el hijo de Zeus dio muerte a Ífito Eurítida, semejante a los
               inmortales, el que le había dado el arco. Nunca el divino Odiseo lo llevaba
               consigo al marchar a la guerra en las negras naves, sino que se quedaba allí, en

               las habitaciones de su palacio, como recuerdo de un querido amigo. Pero lo
               usaba en su tierra.

                   Cuando llegó a la estancia la divina entre las mujeres, transpuso el umbral
               de roble que antaño había pulido expertamente el carpintero y enderezado con
               su regla, al tiempo que alzaba las jambas y ajustaba las relucientes puertas.
               Enseguida desató sin tardar la correa de la argolla, metió la llave y corrió los

               cerrojos de la puerta, y empujó de frente. Las batientes mugieron como un toro
               que pace en un prado. Así de fuerte mugieron las batientes hermosas al empuje
               de la llave y se abrieron en un instante. Subióse luego a la tarima alta donde
               reposaban  los  arcones  en  los  que  se  guardaban  las  perfumadas  ropas.
               Apoyándose en ellos descolgó del clavo el arco enfundado en una espléndida
               envoltura. Se sentó allí, se lo colocó en las rodillas y se echó a llorar a voces,

               abrazando el arco del rey.

                   En  cuanto  se  hubo  saciado  de  llorar  con  muchas  lágrimas,  se  encaminó
               hacia  la  gran  sala  en  pos  de  los  nobles  pretendientes  transportando  en  sus
               brazos el flexible arco y la aljaba, cargada de flechas. Muchos dardos funestos
               cabían  en  ella.  Tras  Penélope  sus  criadas  llevaban  un  arca  donde  había  un
               montón de hierro y bronce, para el certamen regio. Cuando la divina entre las

               mujeres llegó ante sus pretendientes, se detuvo al pie de la columna del techo
               de sólida arquitectura, sosteniendo su traslúcido velo delante de sus mejillas. A
               cada  lado  la  escoltaba  una  criada  respetuosa.  Y  al  punto  dirigióse  a  los
               pretendientes y les dijo estas palabras:

                   «¡Prestadme atención, bravos pretendientes, vosotros que frecuentáis esta
               casa  para  comer  y  beber  sin  tasa,  sin  tregua,  la  casa  de  un  hombre  que  se
               ausentó hace mucho tiempo, y que no habéis aducido para ello ningún otro

               pretexto de palabra, sino que estáis ansiosos por casaros conmigo y hacerme
               vuestra esposa! Por tanto, atentos, pretendientes, porque aquí está el desafío.
               Os voy a presentar el gran arco del divino Odiseo. Aquel que más hábilmente
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