Page 211 - La Odisea alt.
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A su vez le contestó la muy prudente Penélope:

                   «Extranjero, los sueños son inaprensibles y de oscuro lenguaje, y no todo
               se  les  logra  a  los  humanos.  Pues  son  dos  las  puertas  de  los  ensueños  de  la
               imaginación. Una está hecha de cuerno, y la otra de marfil. Los sueños que
               llegan por la del tallado marfil, ésos son engañosos. Traen palabras que no se
               cumplen. Los que llegan por la puerta de pulido cuerno, ésos aportan hechos
               verídicos, cuando un mortal los atiende. En cuanto a mí, no creo que por ésta

               me haya llegado ese sueño estremecedor. ¡Sería muy agradable para mi hijo y
               para mí!

                   »Te voy a decir algo más y tú guárdatelo en tu mente. Ya se aproxima la
               Aurora  de  triste  nombre  que  me  va  a  apartar  de  la  casa  de  Odiseo.  Porque
               ahora  voy  a  convocar  la  prueba  de  las  hachas,  las  que  él  en  su  sala  solía
               colocar una tras otra, como puntales de barco, doce en total. Y él, apuntando
               desde lejos, solía atravesarlas todas con sus flechas. Ahora voy a invitar a mis

               pretendientes  a  ese  certamen  del  arco.  Quien  más  hábilmente  tense  en  sus
               manos el arco y lance su flecha a través de todas las doce hachas, con ése me
               iré,  dejando  atrás  esta  casa  señorial,  tan  hermosísima,  que  creo  que  estaré
               recordando siempre, incluso en mis sueños».

                   Respondiéndola, a ella le dijo el muy astuto Odiseo:


                   «Ah,  venerable  mujer  del  Laertíada  Odiseo,  no  demores  ya  más  ese
               certamen  en  tu  palacio,  porque  seguro  que  aquí  ha  de  volver  Odiseo  antes,
               antes de que ésos tomen en sus manos el bien pulido arco, tensen sus cuerdas y
               atraviesen el hierro con la flecha».

                   A su vez le contestó la muy prudente Penélope:

                   «Si quisieras consolarme, extranjero, sentado a mi vera en esta gran sala,
               no se vertiría sobre mis párpados el sueño. Pero no es posible de ningún modo
               que resistan sin dormir los humanos. A todos los mortales les impusieron esa

               norma  los  inmortales  en  la  fructífera  tierra.  Así  que  yo,  subiendo  a  mis
               estancias  de  arriba,  descansaré  en  mi  cama,  que  está  acostumbrada  a  mis
               sollozos, bañada de continuo en mis lágrimas, desde que Odiseo partió a ver la
               maldita  Troya,  de  funesto  nombre.  Allí  puedo  reposar.  Descansa  tú  en  esta
               sala, o echándote en el suelo o haciendo que te preparen la cama».

                   Después de hablar así, empezó a subir a sus relucientes estancias. No sola,

               sino  que  la  acompañaban  también  las  demás,  sus  criadas.  Y  después  de
               ascender a sus habitaciones con sus doncellas seguía llorando por Odiseo, su
               querido esposo, hasta que sobre sus párpados vertió el sueño Atenea, la de los
               ojos glaucos.
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