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A su vez le contestó la muy prudente Penélope:
«Extranjero, los sueños son inaprensibles y de oscuro lenguaje, y no todo
se les logra a los humanos. Pues son dos las puertas de los ensueños de la
imaginación. Una está hecha de cuerno, y la otra de marfil. Los sueños que
llegan por la del tallado marfil, ésos son engañosos. Traen palabras que no se
cumplen. Los que llegan por la puerta de pulido cuerno, ésos aportan hechos
verídicos, cuando un mortal los atiende. En cuanto a mí, no creo que por ésta
me haya llegado ese sueño estremecedor. ¡Sería muy agradable para mi hijo y
para mí!
»Te voy a decir algo más y tú guárdatelo en tu mente. Ya se aproxima la
Aurora de triste nombre que me va a apartar de la casa de Odiseo. Porque
ahora voy a convocar la prueba de las hachas, las que él en su sala solía
colocar una tras otra, como puntales de barco, doce en total. Y él, apuntando
desde lejos, solía atravesarlas todas con sus flechas. Ahora voy a invitar a mis
pretendientes a ese certamen del arco. Quien más hábilmente tense en sus
manos el arco y lance su flecha a través de todas las doce hachas, con ése me
iré, dejando atrás esta casa señorial, tan hermosísima, que creo que estaré
recordando siempre, incluso en mis sueños».
Respondiéndola, a ella le dijo el muy astuto Odiseo:
«Ah, venerable mujer del Laertíada Odiseo, no demores ya más ese
certamen en tu palacio, porque seguro que aquí ha de volver Odiseo antes,
antes de que ésos tomen en sus manos el bien pulido arco, tensen sus cuerdas y
atraviesen el hierro con la flecha».
A su vez le contestó la muy prudente Penélope:
«Si quisieras consolarme, extranjero, sentado a mi vera en esta gran sala,
no se vertiría sobre mis párpados el sueño. Pero no es posible de ningún modo
que resistan sin dormir los humanos. A todos los mortales les impusieron esa
norma los inmortales en la fructífera tierra. Así que yo, subiendo a mis
estancias de arriba, descansaré en mi cama, que está acostumbrada a mis
sollozos, bañada de continuo en mis lágrimas, desde que Odiseo partió a ver la
maldita Troya, de funesto nombre. Allí puedo reposar. Descansa tú en esta
sala, o echándote en el suelo o haciendo que te preparen la cama».
Después de hablar así, empezó a subir a sus relucientes estancias. No sola,
sino que la acompañaban también las demás, sus criadas. Y después de
ascender a sus habitaciones con sus doncellas seguía llorando por Odiseo, su
querido esposo, hasta que sobre sus párpados vertió el sueño Atenea, la de los
ojos glaucos.