Page 208 - La Odisea alt.
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suscitado el odio de muchos, hombres y mujeres a lo largo de la tierra fecunda,
que su nombre sea, para recordarlo, Odiseo. Yo, por mi parte, cuando él acuda,
ya muchacho, a la morada natal de su madre en el Parnaso, donde tengo
muchas riquezas, le obsequiaré bien y os lo enviaré contento de vuelta».
Así que luego fue Odiseo a que le diera sus espléndidos regalos, y Autólico
y los hijos de Autólico le acogieron con abrazos y palabras cariñosas. Anfítea,
la madre de su madre, abrazó a Odiseo, y le cubrió de besos la cabeza y los
hermosos ojos. Autólico ordenó a sus ilustres hijos preparar el banquete y
ellos obedecieron sus órdenes. Al momento trajeron un buey de cinco años, lo
desollaron, y lo preparaban y hacían cuartos, lo desmenuzaban en pequeñas
porciones que hábilmente iban ensartando en los espetones y asaban con
cuidado y repartían luego en raciones. Así entonces todo un día hasta la puesta
de sol disfrutaron del banquete y nadie en su ánimo echó en falta una
equilibrada porción. En cuanto el sol se hundió y sobrevino la oscuridad se
acostaron y recibieron el regalo del sueño.
Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, salieron a cazar a la
vez los perros y sus dueños, los hijos de Autólico. Y con ellos iba el divino
Odiseo. Ascendieron al abrupto monte del Parnaso, recubierto de bosque, y
pronto se adentraban en sus repliegues batidos por el viento. Hacía poco que el
sol se expandía por los campos saliendo de la plácida y profunda corriente del
océano, cuando los cazadores alcanzaron un desfiladero. Por delante
avanzaban los perros venteando rastros y detrás los hijos de Autólico. Con
ellos marchaba Odiseo al lado de los perros, blandiendo una lanza de larga
sombra.
Allí, en la densa espesura, estaba tumbado un gran jabalí. No la penetraba
el soplo húmedo de los vientos briosos ni la atravesaba con sus rayos brillantes
el sol, ni tampoco se filtraba por ella la lluvia. Tan espesa era, pues la formaba
un denso amontonamiento del follaje. Pero al jabalí le llegó el rumor de los
pasos de los perros y los hombres que avanzaban de cacería. Y salió del soto a
su encuentro, con el pelaje del lomo erizado, chispeando en sus ojos miradas
de fuego, y se paró ante ellos. Se precipitó primero Odiseo blandiendo en alto
la larga lanza con su mano robusta, ansioso por herirlo. Pero el jabalí
abalanzóse y le hirió junto a la rodilla y con su colmillo le hizo un desgarro
hondo en la carne, embistiéndole de lado, si bien no le llegó al hueso. Odiseo
lo alanceó, hiriéndole en la paletilla derecha, y de lado a lado le hundió la
punta de la brillante lanza. Cayó por tierra gruñendo, y se le escapó el ánimo.
A Odiseo lo rodearon los queridos hijos de Autólico, sabiamente vendaron
la herida del intachable Odiseo, y restañaron con un ensalmo su oscura sangre.
Y enseguida volvieron de regreso a la casa de su padre. Allí Autólico y los
hijos de Autólico, después de curarlo bien y haberle obsequiado con
espléndidos presentes, lo despidieron pronto, alegres ellos y contento él,