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pórtico y, a su vez, se puso a preguntarle al porquerizo, poniéndose a su lado:
«¿Quién es este forastero recién llegado, porquerizo, a nuestra casa? ¿De
qué gentes dice que viene? ¿Dónde tiene su familia y su tierra patria? ¡Pobre
hombre! Por su aspecto se parece a un rey soberano, pero a los humanos los
dioses los apabullan con largo peregrinaje, e incluso a los reyes los empujan a
la miseria».
Dijo, y avanzó para saludarle con la mano derecha, y, al hablarle, le dijo
estas palabras aladas:
«¡Te saludo, padre extranjero! Ojalá en el porvenir te alcance la
prosperidad, ya que ahora te has enfrentado a muchas miserias. ¡Padre Zeus,
ninguno de los dioses es más riguroso que tú! No te apiadas de los hombres,
después de haberlos criado, cuando los empujas a las desdichas y los crueles
dolores. Me estremecí al verte y mis ojos se me llenaron de lágrimas, pues me
acuerdo de Odiseo, porque pienso que también él con harapos semejantes
andará errante entre las gentes, si es que en algún lugar todavía vive y ve la luz
del sol. Acaso ya ha muerto y está en las moradas de Hades… ¡Ay de mí!, ¡ay
del irreprochable Odiseo, que me envió a guardar sus vacas, siendo yo niño, al
país de los cefalenios! Ahora son ya incontables, y a ningún hombre podría
crecerle más en modo alguno la manada de vacas de ancha frente. A éstas
otros me ordenan traerlas para comérselas ellos. En nada respetan a su hijo en
su casa ni temen el castigo de los dioses. Pues están ya ansiosos por repartirse
los bienes del soberano ha tanto ausente. Por eso a mí el ánimo en el pecho a
menudo se me subleva. Sería gran vileza, viviendo su hijo, marchar a la tierra
de otros llevándome sus vacas hacia gentes extrañas. Pero es aún peor
permanecer aquí con unas vacas ya ajenas para soportar pesares sin hacer
nada. En efecto, ya me habría yo escapado y amparado con otro de los reyes
poderosos, ya que las cosas se han puesto insoportables, pero aún pienso en
aquel desdichado, en si acaso volviera de cualquier parte y pusiera en
desbandada a los pretendientes de su palacio».
Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:
«Vaquero, puesto que no pareces un hombre malvado ni necio, y reconozco
por mí mismo que hay sensatez en tu mente, por eso te voy a decir lo siguiente
y lo afirmaré con un gran juramento. ¡Séanme testigos, en primer lugar, Zeus y
la mesa hospitalaria de los dioses, y el hogar del irreprochable Odiseo, al que
ahora acudo! Mientras tú estás aquí va a volver Odiseo a su casa. Lo verás con
tus ojos, si quieres, dar muerte a los pretendientes, que aquí hacen de reyes».
Le replicó, a su vez, el hombre que guardaba sus vacas:
«¡Ojalá, forastero, Zeus te cumpliera esas palabras! Conocerías cuál es mi
fuerza y qué pueden mis manos».