Page 216 - La Odisea alt.
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pórtico y, a su vez, se puso a preguntarle al porquerizo, poniéndose a su lado:

                   «¿Quién es este forastero recién llegado, porquerizo, a nuestra casa? ¿De
               qué gentes dice que viene? ¿Dónde tiene su familia y su tierra patria? ¡Pobre
               hombre! Por su aspecto se parece a un rey soberano, pero a los humanos los
               dioses los apabullan con largo peregrinaje, e incluso a los reyes los empujan a
               la miseria».


                   Dijo, y avanzó para saludarle con la mano derecha, y, al hablarle, le dijo
               estas palabras aladas:

                   «¡Te  saludo,  padre  extranjero!  Ojalá  en  el  porvenir  te  alcance  la
               prosperidad, ya que ahora te has enfrentado a muchas miserias. ¡Padre Zeus,
               ninguno de los dioses es más riguroso que tú! No te apiadas de los hombres,
               después de haberlos criado, cuando los empujas a las desdichas y los crueles
               dolores. Me estremecí al verte y mis ojos se me llenaron de lágrimas, pues me

               acuerdo  de  Odiseo,  porque  pienso  que  también  él  con  harapos  semejantes
               andará errante entre las gentes, si es que en algún lugar todavía vive y ve la luz
               del sol. Acaso ya ha muerto y está en las moradas de Hades… ¡Ay de mí!, ¡ay
               del irreprochable Odiseo, que me envió a guardar sus vacas, siendo yo niño, al
               país de los cefalenios! Ahora son ya incontables, y a ningún hombre podría
               crecerle  más  en  modo  alguno  la  manada  de  vacas  de  ancha  frente.  A  éstas
               otros me ordenan traerlas para comérselas ellos. En nada respetan a su hijo en

               su casa ni temen el castigo de los dioses. Pues están ya ansiosos por repartirse
               los bienes del soberano ha tanto ausente. Por eso a mí el ánimo en el pecho a
               menudo se me subleva. Sería gran vileza, viviendo su hijo, marchar a la tierra
               de  otros  llevándome  sus  vacas  hacia  gentes  extrañas.  Pero  es  aún  peor
               permanecer  aquí  con  unas  vacas  ya  ajenas  para  soportar  pesares  sin  hacer

               nada. En efecto, ya me habría yo escapado y amparado con otro de los reyes
               poderosos, ya que las cosas se han puesto insoportables, pero aún pienso en
               aquel  desdichado,  en  si  acaso  volviera  de  cualquier  parte  y  pusiera  en
               desbandada a los pretendientes de su palacio».

                   Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Vaquero, puesto que no pareces un hombre malvado ni necio, y reconozco
               por mí mismo que hay sensatez en tu mente, por eso te voy a decir lo siguiente
               y lo afirmaré con un gran juramento. ¡Séanme testigos, en primer lugar, Zeus y

               la mesa hospitalaria de los dioses, y el hogar del irreprochable Odiseo, al que
               ahora acudo! Mientras tú estás aquí va a volver Odiseo a su casa. Lo verás con
               tus ojos, si quieres, dar muerte a los pretendientes, que aquí hacen de reyes».

                   Le replicó, a su vez, el hombre que guardaba sus vacas:

                   «¡Ojalá, forastero, Zeus te cumpliera esas palabras! Conocerías cuál es mi
               fuerza y qué pueden mis manos».
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