Page 213 - La Odisea alt.
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«¡Obstinado!  Cualquiera  confía  en  su  compañero,  incluso  si  es  menos
               fuerte y siendo mortal y sin saber tantas artimañas. Y yo soy una diosa, yo,
               que te ayudo en todos tus trabajos. Te lo diré más francamente: incluso si nos
               rodearan  cincuenta  pelotones  de  hombres  de  voz  articulada,  ansiosos  de
               matarnos  en  el  combate,  incluso  así  te  apoderarías  de  sus  vacas  y  pingües
               ovejas.  Así  que,  déjate  dominar  por  el  sueño.  Penoso  resulta  velar  insomne

               toda la noche. Ya vas a escapar de tus males».

                   Así dijo, y derramó el sueño sobre sus párpados, mientras ella de nuevo se
               iba al Olimpo, la divina entre las diosas.

                   Entre  tanto  que  a  él  lo  arropaba  el  sueño,  librando  de  penas  su  ánimo,
               relajando  sus  miembros,  despertaba  su  sensata  esposa.  Y  se  echó  a  llorar
               sentada  en  su  blando  lecho,  y,  cuando  hubo  saciado  su  ánimo  de  llantos  y
               sollozos, suplicaba, la divina entre las mujeres, a Ártemis:


                   «¡Ártemis, diosa venerable, hija de Zeus, ojalá me dispararas una flecha al
               pecho y me arrancaras la vida ahora mismo, o que al pronto una tempestad me
               arrebatara  y  condujera  bien  lejos  llevándome  por  senderos  de  nubes,  o  me
               arrojara en las bocas del Océano de incesante reflujo!

                   »Como cuando a las hijas de Pandáreo las arrebataron las tormentas, y a
               sus padres los mataron los dioses, y ellas quedaron huérfanas en el palacio,

               pero la divina Afrodita las alimentó con queso, dulce miel y suave vino. Hera
               les otorgó más que a todas las mujeres belleza y cordura, y fina estampa les
               dio la santa Ártemis, y Atenea les enseñó a realizar refinadas tareas. Luego la
               divina Afrodita se fue al amplio Olimpo a solicitar para las muchachas una
               pronta y espléndida boda a Zeus que se goza en el rayo, a él que lo sabe bien
               todo, la ventura y desventura de los humanos mortales. Entre tanto las Harpías
               raptaron bruscamente a las jóvenes y se las entregaron a las odiosas Erinias

               para  que  fueran  sus  esclavas.  ¡Ojalá  así  me  aniquilaran  los  que  tienen
               mansiones olímpicas o me asaeteara Ártemis de bellos bucles, para que me
               encamine bajo la odiosa tierra a ver a Odiseo y no proporcione contento a los
               deseos  de  algún  hombre  inferior!  Pues  la  desgracia  aún  tiene  algo  de
               soportable cuando una llora de día, amargamente afligida en el corazón, pero
               por las noches se refugia en el sueño, que lo hace olvidar todo, cosas buenas y

               malas, cuando nos cierra los párpados. Mas a mí incluso pesadillas me da la
               divinidad, porque esta noche a mi lado dormía alguien semejante a él, con la
               misma  figura  con  que  él  marchó  al  frente  de  su  tropa.  Y  mi  corazón  se
               alegraba porque me decía que no era sueño, sino ya realidad».

                   Así  habló,  y  enseguida  llegó  la  Aurora  de  áureo  trono.  Mientras  ella
               lloraba, oyó su voz el divino Odiseo, meditó entonces y le pareció en su ánimo

               que  ella  ya  lo  reconocía  y  estaba  con  él  en  sus  pensamientos.  Recogió  el
               manto y las pieles en las que había dormido y las dejó en la sala sobre una
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