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«¡Obstinado! Cualquiera confía en su compañero, incluso si es menos
fuerte y siendo mortal y sin saber tantas artimañas. Y yo soy una diosa, yo,
que te ayudo en todos tus trabajos. Te lo diré más francamente: incluso si nos
rodearan cincuenta pelotones de hombres de voz articulada, ansiosos de
matarnos en el combate, incluso así te apoderarías de sus vacas y pingües
ovejas. Así que, déjate dominar por el sueño. Penoso resulta velar insomne
toda la noche. Ya vas a escapar de tus males».
Así dijo, y derramó el sueño sobre sus párpados, mientras ella de nuevo se
iba al Olimpo, la divina entre las diosas.
Entre tanto que a él lo arropaba el sueño, librando de penas su ánimo,
relajando sus miembros, despertaba su sensata esposa. Y se echó a llorar
sentada en su blando lecho, y, cuando hubo saciado su ánimo de llantos y
sollozos, suplicaba, la divina entre las mujeres, a Ártemis:
«¡Ártemis, diosa venerable, hija de Zeus, ojalá me dispararas una flecha al
pecho y me arrancaras la vida ahora mismo, o que al pronto una tempestad me
arrebatara y condujera bien lejos llevándome por senderos de nubes, o me
arrojara en las bocas del Océano de incesante reflujo!
»Como cuando a las hijas de Pandáreo las arrebataron las tormentas, y a
sus padres los mataron los dioses, y ellas quedaron huérfanas en el palacio,
pero la divina Afrodita las alimentó con queso, dulce miel y suave vino. Hera
les otorgó más que a todas las mujeres belleza y cordura, y fina estampa les
dio la santa Ártemis, y Atenea les enseñó a realizar refinadas tareas. Luego la
divina Afrodita se fue al amplio Olimpo a solicitar para las muchachas una
pronta y espléndida boda a Zeus que se goza en el rayo, a él que lo sabe bien
todo, la ventura y desventura de los humanos mortales. Entre tanto las Harpías
raptaron bruscamente a las jóvenes y se las entregaron a las odiosas Erinias
para que fueran sus esclavas. ¡Ojalá así me aniquilaran los que tienen
mansiones olímpicas o me asaeteara Ártemis de bellos bucles, para que me
encamine bajo la odiosa tierra a ver a Odiseo y no proporcione contento a los
deseos de algún hombre inferior! Pues la desgracia aún tiene algo de
soportable cuando una llora de día, amargamente afligida en el corazón, pero
por las noches se refugia en el sueño, que lo hace olvidar todo, cosas buenas y
malas, cuando nos cierra los párpados. Mas a mí incluso pesadillas me da la
divinidad, porque esta noche a mi lado dormía alguien semejante a él, con la
misma figura con que él marchó al frente de su tropa. Y mi corazón se
alegraba porque me decía que no era sueño, sino ya realidad».
Así habló, y enseguida llegó la Aurora de áureo trono. Mientras ella
lloraba, oyó su voz el divino Odiseo, meditó entonces y le pareció en su ánimo
que ella ya lo reconocía y estaba con él en sus pensamientos. Recogió el
manto y las pieles en las que había dormido y las dejó en la sala sobre una