Page 210 - La Odisea alt.
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«Extranjero, aún te voy a preguntar una pequeña cosa. Pues ya pronto será
               la hora del dulce reposo, al menos para quien concilie el sueño, aunque ande
               con penas. Desde luego a mí una enorme pesadumbre me impuso la divinidad,
               de modo que paso todos mis días afligida, sollozando, atendiendo a mis tareas
               y las del servicio de la casa. Y cuando llega la noche y el reposo ampara a
               todos, me quedo echada en mi cama, pero en mi corazón angustiado densas,

               agudas  penas  me  asaltan  y  torturan.  Como  antaño  la  hija  de  Pandáreo,  el
               ruiseñor  verdoso,  canta  su  bella  canción  mientras  se  inicia  la  primavera,
               instalado  en  el  denso  follaje  de  los  árboles,  y  vierte  en  trinos  variados  su
               cantarina voz, llorando por su querido hijo, por Ítilo, el hijo del rey Zeto, al
               que mató con la espada en un rapto de locura. Así también mi ánimo se siente
               tironeado en dos sentidos. No sé si quedarme junto a mi hijo y velando por
               todo  esto,  mis  bienes,  mis  sirvientes,  y  la  gran  mansión  de  alto  techo,  por

               respeto al lecho de mi esposo y la opinión del pueblo, o si marchar con aquel
               de los aqueos que resulte el mejor que me corteja en estas salas, y que me
               ofrezca  grandes  regalos  de  boda.  Mi  hijo,  mientras  fue  pequeño  y  aún  con
               mente  infantil,  no  me  permitía  casarme  y  dejar  la  casa  de  mi  esposo;  pero
               ahora que ya es mayor y ha alcanzado la plena juventud, incluso me suplica

               que  salga  de  una  vez  de  mi  palacio,  preocupado  por  su  herencia,  que  se  la
               comen los aqueos.

                   »Pues bien, escucha este sueño mío e interprétamelo. En mi casa veinte
               gansos comen trigo, fuera del estanque, y disfruto mirándolos. Pero viene del
               monte un águila grande, de corvo pico, les desgarra a todos el cuello y los
               mata.  Todos  quedan  tendidos  en  un  montón  en  mis  salas,  mientras  ella
               remonta al claro cielo. Por mi parte, yo lloraba y gritaba en mi sueño, y a mi

               alrededor se reunían las aqueas de bellas trenzas, en tanto que yo sollozaba
               porque el águila había dado muerte a mis gansos. El águila de nuevo volvió y
               se posó sobre el alero del tejado, y con voz humana me consolaba y me decía:

                   »“No temas, hija del muy ilustre Icario, no es un sueño, sino un presagio
               que se te va a cumplir. Los gansos son los pretendientes y yo que antes era
               ave, un águila, ahora, en cambio, me transformo en tu esposo, que daré a todos

               tus pretendientes un infausto destino”.

                   »Así  dijo,  y  luego  me  abandonó  el  deleitoso  sueño.  Al  abrir  mis  ojos
               contemplé a los gansos que en el patio picoteaban el grano junto al estanque,
               como de costumbre».

                   Respondiéndola le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Mujer, no es posible interpretar el sueño, buscándole un nuevo sentido, ya
               que Odiseo mismo te ha explicado cómo va a realizarse. Anuncia la masacre

               de todos los pretendientes. Ninguno va a escapar de la muerte y su destino
               funesto».
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