Page 17 - La Odisea alt.
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regalo a tu casa.

                   »Bien, te voy a decir algo que ha de cumplirse también. Si tú, que sabes
               muchas y antiguas cosas, incitas a un hombre más joven, animándole con tus
               palabras para que se enfurezca, esto le será a él aún más angustioso, pues a
               pesar de ello nada podrá hacer. Pero a ti, viejo, te impondremos una multa, que
               te amargará en el corazón al pagarla. Será un duro dolor para ti.


                   »A  Telémaco  delante  de  todos  voy  a  darle  un  consejo.  Que  ordene  a  su
               madre que se retire a la mansión de su padre. Le prepararán un matrimonio y
               le darán regalos de boda muy numerosos, cuantos conviene que aporte en dote
               una hija querida. Porque no creo que los hijos de los aqueos desistan de su
               esforzada  pretensión;  ya  que  a  nadie  tememos,  desde  luego,  ni  siquiera  a
               Telémaco, no, por muy fanfarrón que sea, ni hacemos caso del vaticinio, que
               tú, anciano, profieres en vano. Con ello nos resultas aún más despreciable.


                   »Por  lo  demás  sus  bienes  van  a  ser  devorados  de  mal  modo  y  nunca
               obtendrá  compensación,  mientras  su  madre  entretenga  a  los  aqueos  con  su
               boda.  Entre  tanto  nosotros  aguardamos  y  rivalizamos  todos  los  días  por  tal
               triunfo,  y  no  vamos  tras  otras,  con  las  que  sería  conveniente  a  uno  y  otro
               casarse».

                   Le contestó en réplica el sagaz Telémaco:

                   «Eurímaco y los demás que sois pretendientes ilustres, en esto ya no os

               suplicaré ni apelaré más ante vosotros. Que ya lo saben los dioses y todos los
               aqueos. Así que, vamos, dadme una veloz nave y veinte compañeros que a mi
               lado por aquí y por allí tracen el camino. Pues me iré a Esparta y a la arenosa
               Pilos a informarme acerca de mi padre tanto tiempo ausente, a ver si alguno de
               los mortales me cuenta algo o por si escucho la voz de Zeus, que de modo
               supremo lleva la fama a los mortales.

                   »Si oigo que mi padre está en vida y regresa, aunque muy agobiado esté,

               puedo resistir todavía un año. Pero si oigo que ha muerto ya y que no vive,
               regresando luego a mi querida tierra patria, levantaré una tumba en su honor, y
               le dedicaré numerosas exequias, todas las que es justo, y entregaré a mi madre
               a otro hombre».

                   Una  vez  que  así  hubo  hablado,  él  se  sentó,  y  entre  ellos  púsose  en  pie
               Méntor, que fue camarada del irreprochable Odiseo, y al que éste, al partir en

               las  naves,  había  encomendado  toda  su  casa,  con  instrucciones  de  que
               obedecieran  al  anciano  y  que  él  lo  vigilara  todo  de  firme.  Éste,  con  ánimo
               amistoso, tomó la palabra y les dijo:

                   «Oídme  ahora  a  mí,  itacenses,  lo  que  voy  a  deciros.  ¡No  ha  de  ser  ya
               benevolente,  justo  y  suave  ningún  rey,  poseedor  de  cetro,  ni  guardar  en  su
               pecho  sentencias  ecuánimes,  sino  que  será  siempre  soberbio  y  autor  de
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