Page 191 - La Odisea alt.
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«¡Lárgate, viejo, de ese portal, no sea que pronto te saque a rastras de un
               pie! ¿No te das cuenta de que todos me hacen ya guiños y me incitan a que te
               arrastre  afuera?  A  mí,  sin  embargo,  me  da  reparos.  ¡Conque,  venga,  que
               nuestra disputa no nos fuerce a llegar a las manos!».

                   Mirándole torvamente le replicó el muy astuto Odiseo:

                   «Infeliz, yo no te hago nada malo ni te lo digo, y no impido a nadie que

               coja y te dé por mucho que sea. Este portal puede acogernos a los dos, y no
               debes envidiar nada de otros. Me parece que eres, como yo, un vagabundo, y
               la  prosperidad  se  ocupan  de  otorgarla  los  dioses.  No  te  empeñes  mucho  en
               llegar a las manos, no sea que me enfurezcas. No vaya a ser que, aunque soy
               viejo, te cubra de sangre los morros y el pecho. Así lograría más tranquilidad
               para mañana, pues creo que no pensarías en volver de nuevo a la mansión de
               Odiseo, hijo de Laertes».


                   Enfureciéndose le contestaba el vagabundo Iro:

                   «¡Vaya,  qué  suelto  palabrea  este  tragón,  parecido  a  una  vieja  junto  a  la
               lumbre! Podría hacerle muchos quebrantos si le aporreo con mis dos manos, y
               si le sacara y desperdigara por el suelo todos los dientes de sus mandíbulas,
               como los de un jabalí destrozador de las mieses. Cíñete ya tu ropa, para que
               todos éstos nos vean y arbitren mientras peleamos. ¿Cómo vas a luchar tú con

               un hombre más joven?».

                   Así  ellos,  por  delante  del  alto  portalón,  sobre  el  pulido  umbral  se  iban
               irritando con montante furia. Se dio cuenta de esto el sagrado vigor de Antínoo
               y, echándose a reír de contento, empezó a convocar a los pretendientes:

                   «¡Eh,  amigos,  algo  como  esto  no  ha  ocurrido  aquí  hasta  ahora!  ¡Qué
               diversión nos ha enviado un dios a esta casa! El extranjero e Iro están riñendo
               uno con otro y van a pelear con sus manos. Así que, aprisa, animémoslos».


                   Así habló y todos acudieron entre risas, y se reunieron en torno de los dos
               pobres harapientos. Entre ellos tomó la palabra Antínoo, hijo de Eupites:

                   «Prestadme  atención,  pretendientes,  porque  voy  a  decir  algo.  Sobre  las
               brasas están esas tripas de cabras que dispusimos para la cena rellenándolas de
               grasa y de sangre. Que aquel de los dos que venza y quede triunfador venga
               luego y coja de ellas lo que quiera. Y siempre, en adelante, banqueteará con
               nosotros, y no dejaremos a ningún otro mendigo venir aquí dentro a pedir».

                   Así habló Antínoo y los demás aprobaron su propuesta. A ellos, planeando

               engaños, les dijo el muy astuto Odiseo:

                   «Amigos, de ningún modo le es fácil luchar contra alguien más joven a un
               hombre viejo, atribulado por la miseria. Pero me obliga el estómago de ruines
               hábitos a que me someta a sus golpes. Conque, sea, ahora prestadme todos un
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