Page 196 - La Odisea alt.
P. 196

cortejar  y  comer  desde  el  alba,  porque  te  destacas  entre  las  mujeres  por  tu
               figura, tu belleza y tu equilibrada cordura interior».

                   Le respondía luego la muy prudente Penélope:

                   «Eurímaco, mi elegancia, mi belleza y mi porte, los destruyeron los dioses,
               cuando hacia Ilión partieron los argivos y con ellos se fue mi esposo Odiseo.
               Si  aquél  volviera  y  velara  por  mi  vida,  mayor  sería  mi  fama  y  aún  más

               hermosa.  Ahora  vivo  angustiada.  ¡Con  cuántas  desgracias  me  abrumó  la
               divinidad!  Sí,  él  al  marcharse  y  dejar  atrás  su  tierra  patria,  tomó  mi  mano
               derecha por la muñeca y me dijo:

                   »“¡Ah, mujer, no creo, no, que los aqueos de buenas grebas regresen bien
               todos  indemnes  de  Troya!  Porque  cuentan  que  los  troyanos  son  bravos
               guerreros,  tanto  los  lanceros  como  los  que  disparan  sus  flechas,  y  los  que
               montan caballos de raudas pezuñas, que enseguida deciden el rudo tumulto en

               la incierta batalla. Así que no sé si la divinidad me librará o si caeré en Troya.
               Tú cuídate de todo aquí. Acuérdate de mi padre y mi madre en la casa, como
               ahora o aún más, cuando yo esté lejos. Y en cuanto veas que le apunta la barba
               a nuestro hijo, cásate con quien quieras dejando este tu hogar”.

                   »Así  habló  él.  Ahora  ya  se  cumplen  todas  esas  advertencias.  Llegará  la
               noche  en  que  la  odiosa  boda  me  apremie,  desdichada  de  mí,  a  quien  Zeus

               arrebató la felicidad. Esta pena tremenda embarga mi corazón y mi ánimo.

                   »Antes  no  era  tal  la  costumbre  entre  los  pretendientes.  Los  que  querían
               cortejar a una mujer noble e hija de un rico hacendado y competir por ella
               entre  ellos,  éstos  eran  quienes  aportaban  vacas  y  robustos  corderos  a  los
               parientes  de  la  novia,  para  el  festín,  y  daban  espléndidos  regalos.  Pero  no
               devoraban sin reparos la hacienda ajena».

                   Así habló; y se alegró el sufrido divino Odiseo al ver que ella solicitaba
               regalos  y  hechizaba  los  ánimos  con  palabras  seductoras,  mientras  su  mente

               tramaba otros planes. A ella le dijo, a su vez, Antínoo, hijo de Eupites:

                   «Hija de Icario, muy prudente Penélope, los regalos de aquel de los aqueos
               que quiera ofrecerlos, acéptalos. No está bien, desde luego, rechazar un regalo.
               Pero nosotros no nos vamos a marchar a nuestras fincas ni a ninguna otra parte
               hasta que tú tomes por esposo a uno de los aqueos, el que sea el más apto».

                   Así habló Antínoo, y a los demás les agradaba su discurso. Entonces cada

               uno  envió  a  su  heraldo  a  traer  regalos.  El  de  Antínoo  aportó  un  bellísimo
               peplo, extenso y bordado. Llevaba doce broches todos de oro que encajaban en
               unas anillas redondeadas. Un collar trajo pronto el de Eurímaco, muy artístico,
               de  oro,  entreverado  con  trozos  de  ámbar,  como  un  sol.  A  Euridamante  dos
               siervos le trajeron unos pendientes de tres perlas, grandes como moras, que
               emitían destellos fascinantes. De la casa de Pisandro, el rey, hijo de Políctor,
   191   192   193   194   195   196   197   198   199   200   201