Page 189 - La Odisea alt.
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mantienen su ánimo festivo. Sus bienes propios los conservan intactos en sus
               casas.  Su  comida  y  vino  los  toman  sólo  sus  criados.  Ellos  vienen  de  visita
               todos los días, sacrifican nuestras vacas, ovejas y robustas cabras, y se dan el
               festín y beben el rojo vino sin tasa. Todo aquí se consume a chorros, porque no
               hay  un  hombre  como  era  Odiseo  para  ahuyentar  esta  peste  de  la  casa.  Si
               Odiseo  volviera  y  llegara  a  su  tierra  patria,  muy  pronto,  al  lado  de  su  hijo

               vengaría las afrentas de esos individuos».

                   Así habló. Telémaco dio un fuerte estornudo y a su alrededor retumbó de
               modo tremendo la casa. Echóse a reír Penélope y al punto dijo a Eumeo estas
               palabras aladas:

                   «Ve, por favor, e invita al extranjero a venir ante mí. ¿No ves que mi hijo
               ha  estornudado  después  de  todas  mis  palabras?  Así  que  no  va  a  quedar  sin
               cumplirse  la  muerte  de  todos  los  pretendientes,  y  ninguno  escapará  de  la
               muerte y las Parcas. Te voy a decir algo más y tú guárdalo bien en tu mente: si

               reconozco que ése dice la verdad en todo, lo voy a vestir con hermosas ropas,
               con túnica y manto».

                   Así  dijo,  y  el  porquerizo  se  puso  en  camino  apenas  la  hubo  oído,  y,
               llegando junto a aquél, le decía sus palabras aladas:

                   «¡Padre  extranjero!  Te  llama  la  muy  prudente  Penélope,  la  madre  de

               Telémaco. Su ánimo la incita a preguntarte acerca de su esposo, aunque está
               muy afligida por sus penas. Si reconoce que tú dices en todo la verdad, te dará
               a vestir túnica y manto, lo que tú más necesitas. Mendigando por el pueblo
               llenarás tu estómago. Te dará, en efecto, quien quiera».

                   Le contestó, a su vez, el muy sufrido divino Odiseo:

                   «Eumeo, yo le contaría enseguida todo de verdad a la hija de Icario, la muy
               prudente  Penélope,  pues  estoy  bien  informado  acerca  de  aquél,  y  hemos
               soportado  la  misma  desventura.  Pero  me  tiene  amedrentado  la  turba  de  los

               pretendientes,  cuya  insolencia  y  violencia  llegan  hasta  el  férreo  cielo.  Mira
               cómo ahora, cuando ese individuo me golpeó y me causó daño, a mí, que iba
               por la casa sin hacer nada malo, ni Telémaco ni ningún otro se lo impidió de
               ningún modo. Por tanto ruégale a Penélope que aguarde en su cámara, aunque
               esté ansiosa, hasta que el sol se ponga. Y que me pregunte entonces por el

               retorno de su marido, dejando que me siente junto al fuego, de cerca. Porque,
               en efecto, visto unas andrajosas ropas. Tú bien lo sabes, porque a ti te supliqué
               antes».

                   Así habló y se marchó el porquerizo, después de haber oído sus palabras.
               En cuanto cruzó el umbral, le dijo Penélope:

                   «¿No lo has traído contigo, Eumeo? ¿Qué quiere pues el vagabundo? ¿Es
               que recela por temor a alguno o acaso por otro motivo siente vergüenza de
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