Page 195 - La Odisea alt.
P. 195
Llegaron las criadas de níveos brazos desde las otras salas, avanzando con
griterío. El dulce sueño abandonó a Penélope. Se enjugó ambas mejillas y dijo:
«¡Qué suave sopor me sobrevino a pesar de mis tristes dolores! ¡Ojalá que
tan suave muerte me diera la santa Ártemis ahora mismo, para que no pase mi
vida con corazón acongojado, añorando las múltiples virtudes de mi esposo
querido, que era el más insigne de los aqueos!».
Diciendo así bajaba de sus relucientes estancias no sola, sino que a sus
lados la escoltaban dos criadas. Cuando se presentó ante los pretendientes la
divina entre las mujeres, se detuvo junto a la columna que sostenía el techo
bien construido sosteniendo ante sus mejillas el vaporoso velo. Una fiel
doncella la acompañaba por cada lado. A ellos se les estremecieron las rodillas
y la pasión perturbóles el ánimo. Todos sintieron anhelos de acostarse a su
lado en un lecho. Ella, por su parte, dirigióse a Telémaco, su querido hijo:
«¡Telémaco, no tienes aún firme la comprensión ni la cordura! Cuando eras
aún niño actuabas con más provecho en tu mente. En cambio, ahora que eres
mayor y alcanzas la edad de la juventud, y cualquiera, aun si fuera un extraño,
afirmaría que eres hijo de un hombre feliz y rico, al observar tu prestancia y tu
belleza, no tienes ya pensamientos apropiados ni previsión. ¡Qué acción es la
que se ha cometido en nuestra casa! ¡Y tú dejaste que un forastero fuera
ultrajado así! ¿Cómo es que ahora, cuando el huésped estaba albergado en
nuestro palacio, pudo sufrir tan dolorosa agresión? Eso podría procurarte
deshonor e infamia ante la gente».
A ella, a su vez, la contestaba el juicioso Telémaco:
«Madre mía, no voy a enfadarme contigo porque estés enojada por eso.
Mas yo contemplo en mi ánimo y juzgo cada hecho, los mejores y los peores.
Antes era todavía niño. No obstante, no puedo sopesar con buen juicio todo,
pues me presionan de un lado y de otro éstos, los que aquí andan maquinando
males, y no tengo quien me ayude. Por lo demás, la pendencia entre el
extranjero e Iro no sucedió por la voluntad de los pretendientes, y en la lucha
él fue más fuerte. ¡Ojalá, pues, oh Padre Zeus, Atenea y Apolo, que ahora
bambolearan la cabeza los pretendientes, vencidos en nuestro hogar, unos en el
atrio y otros en el interior de la casa, y tuvieran todos sus rodillas flojas, como
ahora ese Iro, que, en las puertas del patio, está sentado con la cabeza
vacilante, igual que un borracho! No es capaz de tenerse en pie ni de volverse
andando a su casa, porque sus articulaciones no le sostienen».
Así ellos hablaban entre sí con estas frases. Y Eurímaco se dirigió a
Penélope con estas palabras.
«Hija de Icario, muy prudente Penélope, si todos los aqueos pudieran verte
en la jónica Argos, muchos más pretendientes iban a acudir a vuestra casa, a