Page 193 - La Odisea alt.
P. 193

llegar  al  atrio  y  al  portal  del  patio.  Allí,  apoyándolo  en  el  muro,  lo  dejó

               sentado, le colocó en las manos su bastón y, hablándole, le decía estas palabras
               aladas:

                   «Quédate ahí sentado, guardándote de los perros y los cerdos, y no quieras
               ser rey de extranjeros y mendigos, siendo tan mísero, no sea que te atraigas
               aún mayor daño».


                   Así  dijo  y  le  echó  sobre  los  hombros  su  zurrón  de  muchos  agujeros  y
               cuerda retorcida. Y de nuevo cruzó el umbral y se sentó. Los demás volvían
               dentro con grandes risotadas y lo saludaron con estas palabras:

                   «Que te conceda Zeus, forastero, y los otros dioses inmortales lo que más
               ansíes y sea apetecible a tu ánimo, pues has logrado que este bocazas deje de
               vagabundear por el pueblo. Pronto lo llevaremos al continente para entregarlo
               al rey Equeto, aniquilador de hombres».

                   Así  decían  y  el  divino  Odiseo  se  alegraba  de  semejante  fama.  Luego

               Antínoo le puso al lado una gran tripa rellena de grasa y sangre, y Anfínomo
               depositó junto a él dos panes que extrajo de un cesto, y con su copa de oro le
               ofreció vino y dijo:

                   «¡Salud, padre extranjero! Ojalá en el futuro te alcance la prosperidad, ya
               que ahora andas cargado de muchas desdichas».

                   Respondiéndole contestó el muy astuto Odiseo:

                   «¡Anfínomo, cuán juicioso me pareces ser! Acaso por tu padre, pues he

               oído de su ilustre renombre, el de Niso de Duliquio, que es noble y rico. Dicen
               que eres su hijo, y pareces un hombre afable. Por eso voy a hablarte y tú oye y
               atiéndeme. Nada más débil que el hombre cría la tierra, entre todos los seres
               que sobre su suelo respiran y se agitan. Porque se confía en que nunca va a
               sufrir daño alguno en su futuro mientras los dioses le conceden valor y sus

               rodillas le sostienen. Pero cuando los dioses felices le envían desdichas ha de
               sufrirlas con ánimo no menos resignado. Así es el pasar de los humanos en la
               tierra,  tal  como  cada  día  los  trae  y  lleva  el  padre  de  hombres  y  dioses.  Yo
               también en un tiempo pensaba vivir próspero entre mi gente y acometí muchas
               acciones insensatas cediendo a la violencia y al valor, confiando en mi padre y
               mis hermanos. Mas ojalá ningún hombre fuera jamás inicuo, sino que guardara
               en calma los dones que los dioses le otorgaron.


                   »¡Cuán  insensatas  acciones  veo  cometer  a  los  pretendientes,  cuando
               rapiñan los bienes y deshonran a la mujer de un hombre que te aseguro que no
               va  a  estar  por  mucho  tiempo  lejos  de  su  patria  y  su  familia!  Ya  anda  muy
               cerca. ¡Ojalá la divinidad te aparte y te lleve a tu casa, y no te enfrentes a él
               cuando vuelva a su querida tierra patria! ¡Porque pienso que no se separarán
               sin  derramamiento  de  sangre  los  pretendientes  y  él  cuando  vuelva  a  su
   188   189   190   191   192   193   194   195   196   197   198