Page 187 - La Odisea alt.
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Le contestó entonces Antínoo, y dijo en alta voz:
«¿Qué dios nos envió esta calamidad, escoria del banquete? ¡Quédate por
ahí en medio, lejos de mi mesa, no sea que vuelvas a toda prisa a un amargo
Egipto y a Chipre! ¡Qué osado y desvergonzado pedigüeño eres! Te aproximas
a todos, a uno tras otro. Ésos te dan a lo tonto, ya que no es dispendio alguno
ni compasión hacer beneficios con lo ajeno, cuando cada uno tiene de sobra».
Retrocediendo, contestóle el muy astuto Odiseo:
«¡Ah, ah! Desde luego no se adecuaba tu talante a tu aspecto. Tú no darías
a un suplicante ni un grano de sal en tu casa, ya que estando en la ajena no has
querido siquiera tomar algo de pan para darlo. Aquí hay de sobra».
Así habló, y Antínoo se enfureció aún más en su corazón y, mirándolo
torvamente, dijo estas palabras aladas:
«Ahora sí que pienso que no vas a salir indemne de esta sala, después de
que incluso nos lanzas insultos».
Así dijo y, agarrando el escabel, se lo arrojó y le dio en el hombro derecho,
por encima de la espalda. Pero Odiseo se mantuvo firme como una roca, y no
le hizo vacilar el golpe de Antínoo, sino que, en silencio, movió su cabeza
maquinando venganzas. Se retiró hasta el umbral y se sentó, dejó en el suelo
su zurrón bien colmado y dijo a los pretendientes:
«Prestadme atención, pretendientes de la muy ilustre reina, para que os
diga lo que me dicta mi ánimo en el pecho. No queda pesar ni pena alguna en
el ánimo en las entrañas de un hombre cuando es golpeado mientras pelea a
causa de sus bienes o por sus vacas o sus blancas ovejas. Pero a mí Antínoo
me golpeó a causa de un estómago hambriento, maldito, que muchos males
acarrea a los humanos. Así que, si en algún lugar hay dioses y furias
vengadoras de los pobres, ¡que a Antínoo le alcance la muerte antes de la
boda!».
A la vez le replicó Antínoo, hijo de Eupites:
«¡Come tranquilo, extranjero, sentado ahí, o vete a otro lugar, no sea que
los jóvenes te arrastren por el palacio, por las cosas que dices, de un pie o de
un brazo, y te machaquen del todo!».
Así habló y todos entonces se quedaron irritados en extremo. Y uno de los
arrogantes jóvenes decía de este modo:
«Antínoo, no estuvo bien que golpearas al infeliz vagabundo. ¡Desdichado
de ti si acaso es algún dios celeste! Pues precisamente los dioses, haciéndose
semejantes a extranjeros de otras tierras, con diversas apariencias van y vienen
por las ciudades observando la insolencia y la hospitalidad de los humanos».