Page 185 - La Odisea alt.
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un hombre necesitado».

                   Respondiéndole le dijo el muy astuto Odiseo:

                   «¡Zeus  soberano,  ojalá  Telémaco  sea  feliz  entre  los  hombres  y  obtenga
               todo cuanto desea en su mente!».

                   Así habló, lo aceptó todo y lo puso allí ante sus pies, sobre su zarrapastroso
               zurrón,  y  empezó  a  comer  mientras  cantaba  el  aedo  en  la  sala.  Cuando  ya
               había comido y dejó de cantar el divino aedo, los pretendientes se pusieron a

               alborotar  a  lo  largo  y  ancho  del  salón.  Entonces  Atenea  acudió  junto  al
               Laertíada  Odiseo  y  lo  impulsó  a  recoger  mendrugos  de  pan  entre  los
               pretendientes,  para  que  conociera  quiénes  eran  dadivosos  y  quiénes
               mezquinos.

                   Pero ni con eso iba ninguno a evitar su ruina final. Comenzó él a andar por
               allí mendigando a uno por uno desde la derecha, tendiendo siempre la mano
               como si fuese un mendigo corriente. Ellos se compadecían de él y le daban

               algo, con cierta sorpresa, preguntándose unos a otros por él y de dónde habría
               salido.

                   Entonces tomó la palabra Melantio, el cabrero:

                   «Prestadme  atención,  pretendientes  de  la  ilustre  reina,  acerca  de  este
               extranjero.  Pues  yo  ya  lo  había  visto  antes,  cuando  lo  traía  hacia  aquí  el
               porquerizo, pero de él no sé ni de qué estirpe dice ser».

                   Así habló, y Antínoo se puso a regañar al porquerizo con estas palabras:


                   «Eh,  ilustre  porquero,  ¿por  qué  trajiste  a  éste  a  la  ciudad?  ¿Es  que  no
               tenemos bastantes vagabundos ya, molestos pedigüeños, escorias de nuestros
               banquetes? ¿O acaso intentas que devoren la hacienda de tu amo reuniéndolos
               acá y por eso tú has invitado a éste?».

                   Respondiéndole dijiste tú, porquerizo Eumeo:

                   «Antínoo, no haces nobles discursos, por muy noble que seas. ¿Quién pues
               viniendo acá invitaría a un extranjero de otro país, a no ser que fuera algún

               artesano  de  útil  oficio,  un  adivino  o  un  curador  de  enfermedades  o  un
               carpintero,  o  incluso  un  cantor  inspirado,  que  deleita  con  sus  cantos?  Éstos
               son, en efecto, gentes apreciadas en toda la tierra infinita. Pero nadie invitaría
               a un vagabundo que viene a mendigar. Siempre eres el más agresivo con los
               siervos de Odiseo, y de manera especial conmigo. Sin embargo, no me apuro

               por eso, mientras la prudente Penélope viva en la mansión y con ella Telémaco
               de aspecto divino».

                   A su vez el juicioso Telémaco le decía:

                   «¡Calla,  no  repliques  mucho  a  las  palabras  de  ése!  ¡Antínoo  está
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