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y luego le preguntó con estas palabras:
«¡Eumeo, qué extraño que ese perro esté tirado en el estiércol! Tiene
hermoso aspecto, aunque no sé bien si era veloz en la carrera con esas trazas, o
si era más bien como son esos perros domésticos que tan sólo por su bella
estampa crían sus dueños».
Contestándole entonces dijiste tú, porquerizo Eumeo:
«Bueno, ése es el perro de un hombre que ha muerto lejos. Si fuera en su
aspecto y sus obras tal cual lo dejó Odiseo al partir hacia Troya, pronto te
admirarías al ver su rapidez y su fuerza. No se le escapaba animal alguno que
persiguiera en las honduras del espeso bosque. Era excelente para rastrear
huellas. Pero ahora le agobia la miseria, mientras que su amo murió lejos de su
patria, y las mujeres negligentes no lo cuidan. Cuando no reciben órdenes de
sus dueños, los siervos no están dispuestos a cumplir sus tareas. Zeus de voz
tonante priva de la mitad de su valía a un hombre cuando lo somete a días de
esclavitud».
Después de hablar así entró en la casa bien habitada y avanzó por la sala
grande entre los nobles pretendientes. A la vez el destino de la negra muerte le
llegó a Argos, después de haber visto a su señor tras veinte años.
Telémaco de divino aspecto fue el primero en ver al porquero entrar en la
casa y al momento le hizo una seña con la cabeza para llamarle. Él la captó al
primer vistazo y tomó una silla de por allí, donde solía instalarse el trinchador
que repartía los trozos de carne a los comensales de palacio. La llevó cerca de
la mesa de Telémaco y se sentó frente a él, y el heraldo tomó un trozo de carne
y sacó del cestillo el pan y le sirvió.
Al poco rato penetró en la casa Odiseo con su aspecto de mendigo
miserable y viejo, apoyado en su bastón. Llevaba encima sus andrajosas ropas.
Se sentó en el umbral de madera de fresno, en la puerta, reclinándose en la
jamba de madera de ciprés que antaño un carpintero había pulido con sabio
oficio y enderezado a cordel. Telémaco dijo al porquerizo, después de llamarlo
a su lado y de haber tomado un pan entero de un hermosísimo cesto, y tanta
carne como pudo sostener en sus manos:
«Lleva esto, dáselo al forastero, y dile que mendigue a todos los
pretendientes acercándose a ellos. No es buena la vergüenza en un hombre
necesitado».
Así dijo, y, escuchando su mandato, el porquerizo avanzó, se colocó a su
lado y le dijo estas palabras aladas:
«Forastero, Telémaco te regala esto y te aconseja que les pidas a todos los
pretendientes acercándote a ellos. Afirma que no es buena la vergüenza para