Page 184 - La Odisea alt.
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y luego le preguntó con estas palabras:

                   «¡Eumeo,  qué  extraño  que  ese  perro  esté  tirado  en  el  estiércol!  Tiene
               hermoso aspecto, aunque no sé bien si era veloz en la carrera con esas trazas, o
               si era más bien como son esos perros domésticos que tan sólo por su bella
               estampa crían sus dueños».

                   Contestándole entonces dijiste tú, porquerizo Eumeo:

                   «Bueno, ése es el perro de un hombre que ha muerto lejos. Si fuera en su

               aspecto  y  sus  obras  tal  cual  lo  dejó  Odiseo  al  partir  hacia  Troya,  pronto  te
               admirarías al ver su rapidez y su fuerza. No se le escapaba animal alguno que
               persiguiera  en  las  honduras  del  espeso  bosque.  Era  excelente  para  rastrear
               huellas. Pero ahora le agobia la miseria, mientras que su amo murió lejos de su
               patria, y las mujeres negligentes no lo cuidan. Cuando no reciben órdenes de
               sus dueños, los siervos no están dispuestos a cumplir sus tareas. Zeus de voz

               tonante priva de la mitad de su valía a un hombre cuando lo somete a días de
               esclavitud».

                   Después de hablar así entró en la casa bien habitada y avanzó por la sala
               grande entre los nobles pretendientes. A la vez el destino de la negra muerte le
               llegó a Argos, después de haber visto a su señor tras veinte años.

                   Telémaco de divino aspecto fue el primero en ver al porquero entrar en la
               casa y al momento le hizo una seña con la cabeza para llamarle. Él la captó al

               primer vistazo y tomó una silla de por allí, donde solía instalarse el trinchador
               que repartía los trozos de carne a los comensales de palacio. La llevó cerca de
               la mesa de Telémaco y se sentó frente a él, y el heraldo tomó un trozo de carne
               y sacó del cestillo el pan y le sirvió.

                   Al  poco  rato  penetró  en  la  casa  Odiseo  con  su  aspecto  de  mendigo
               miserable y viejo, apoyado en su bastón. Llevaba encima sus andrajosas ropas.
               Se sentó en el umbral de madera de fresno, en la puerta, reclinándose en la

               jamba de madera de ciprés que antaño un carpintero había pulido con sabio
               oficio y enderezado a cordel. Telémaco dijo al porquerizo, después de llamarlo
               a su lado y de haber tomado un pan entero de un hermosísimo cesto, y tanta
               carne como pudo sostener en sus manos:

                   «Lleva  esto,  dáselo  al  forastero,  y  dile  que  mendigue  a  todos  los
               pretendientes  acercándose  a  ellos.  No  es  buena  la  vergüenza  en  un  hombre

               necesitado».

                   Así dijo, y, escuchando su mandato, el porquerizo avanzó, se colocó a su
               lado y le dijo estas palabras aladas:

                   «Forastero, Telémaco te regala esto y te aconseja que les pidas a todos los
               pretendientes acercándote a ellos. Afirma que no es buena la vergüenza para
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