Page 183 - La Odisea alt.
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apresuró y llegó a toda prisa a la casa de su patrón. Al punto entró y se sentó
               entre los pretendientes, enfrente de Eurímaco, al que apreciaba especialmente.
               Le trajeron su porción de carne los que allí servían, y la respetable despensera
               le  aportó  y  dejó  a  su  lado  pan  para  que  comiera.  Ya  próximos  Odiseo  y  el
               divino  porquero  detuvieron  su  marcha,  y  les  llegó  el  son  de  una  cóncava
               cítara. Entre aquéllos Femio comenzaba a cantar. Odiseo tomó de la mano al

               porquero y le dijo:

                   «¡Eumeo,  seguro  que  esa  hermosa  casa  es  la  de  Odiseo!  Es  fácil
               reconocerla, aunque se la vea entre otras muchas. Tiene muchas habitaciones y
               está bien edificada con su patio central con muro y cornisa, y las puertas son
               de dobles batientes bien labradas. Ningún hombre podría asaltarla. Siento que
               hay dentro de ella numerosos hombres que celebran un festín, porque se ha

               difundido un olor a grasa y resuena la lira, que los dioses hicieron adorno del
               banquete».

                   Contestándole tú dijiste, porquerizo Eumeo:

                   «Sin esfuerzo lo has notado tú, que en nada eres tardo. Pero meditemos
               ahora  cómo  van  a  ser  nuestros  actos.  O  bien  entras  tú  primero  en  las  salas
               entre la mucha gente y te mezclas con los pretendientes, mientras yo me quedo
               aquí. O, si lo prefieres, espera y yo iré por delante. Pero no te tardes, no sea
               que alguno, al verte afuera, te tire algo o te golpee. Te ruego que lo pienses».


                   Le contestó luego el muy sufrido divino Odiseo:

                   «Me doy cuenta y lo pienso. Adoctrinas a quien ya sabe. Así que ve por
               delante y yo me quedaré aquí. No soy nada inexperto en golpes ni pedradas.
               Tengo un ánimo paciente, porque he sufrido muchos daños entre las olas y en
               la guerra. ¡Llegue también esto después de aquéllos! No se puede en modo
               alguno reprimir el estómago famélico, maldito, que muchas desdichas acarrea

               a los humanos. Por su culpa hasta los navíos de buenos bancos de remeros se
               arman en alta mar llevando ruina a sus enemigos».

                   Con tales palabras hablaban uno con otro. Un perro, tumbado allí, alzó la
               cabeza y las orejas. Era Argos, el perro del valeroso Odiseo, al que él mismo
               crio, pero no pudo disfrutar de él, ya que partió pronto hacia Troya. Antaño lo
               llevaban  a  cazar  los  jóvenes  perseguidores  de  cabras  agrestes,  ciervos  y

               liebres.  Pero  ahora,  en  ausencia  de  su  dueño,  yacía  arrinconado  sobre  un
               montón de estiércol de mulos y de vacas, que ante las puertas estaba echado en
               abundancia hasta que se lo llevaran los esclavos para abonar el vasto campo de
               Odiseo. Allí estaba tumbado el perro Argos cubierto de garrapatas. Entonces,
               cuando vio a Odiseo que se acercaba, movió alegre el rabo y dobló las orejas,
               pero no pudo ya raudo correr junto a su amo.

                   Éste, al verlo a distancia, se enjugó una lágrima, sin que lo notara Eumeo,
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