Page 182 - La Odisea alt.
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acudían  a  por  agua  los  ciudadanos.  La  habían  construido  Ítaco,  Nérito  y
               Políctor. La rodeaba en círculo un bosquecillo de acuáticos chopos y el agua
               fresca manaba desde lo alto de la piedra. En lo más alto habían levantado un
               altar a las Ninfas, donde hacían sacrificios todos los caminantes. Allí les salió
               al encuentro Melantio, hijo de Dolio, que conducía unas cabras, las mejores de
               todos sus rebaños, para agasajo de los pretendientes. Le seguían dos cabreros.

                   Apenas  los  vio  se  puso  a  insultarlos,  y  les  voceaba  palabras  brutales  y

               ofensivas. Irritó el corazón de Odiseo.

                   «¡Ahora sí que, como se ve, un bribón dirige a un bribón, que siempre la
               divinidad enlaza al semejante con su semejante! ¿Adónde llevas a ese gorrón,
               miserable  porquero,  a  ese  mendigo  asqueroso,  basura  de  un  banquete?
               Arrimándose  a  muchas  puertas  se  rascará  los  hombros  mientras  mendiga
               mendrugos, que no espadas ni calderos. Si me lo dieras para guarda de mis
               establos, para barrer el suelo y llevar forraje a los cabritos, tal vez bebería el

               suero de la leche para engordar sus muslos. Pero, como ya sabe de muchas
               mañas, no querrá esforzarse en el trabajo, sino que preferirá mendigar limosna
               encorvado ante la gente para alimentar su vientre insaciable. Pero te diré otra
               cosa y esto va a quedar cumplido: si se acerca a la mansión del divino Odiseo,
               muchas banquetas tiradas a su cabeza por las manos de los pretendientes va a

               recibir en sus lomos, en la casa, cuando sea objeto de sus ataques».

                   Así habló, y, al pasar, con gesto brutal, le atizó una patada en la cadera.
               Mas  no  lo  derribó  ni  apartó  del  camino,  sino  que  Odiseo  resistió  firme,  en
               tanto que dudaba si le quitaría la vida, a golpes de bastón, o si lo tumbaría en
               el suelo, agarrándolo por la cabeza. Pero se contuvo, lo soportó con coraje.
               Pero  el  porquero  lo  insultó,  mirándolo  cara  a  cara,  y  levantó  las  manos  y

               suplicó en voz alta:

                   «¡Ninfas  de  la  fuente,  hijas  de  Zeus,  si  alguna  vez  Odiseo  quemó  en
               vuestro  honor  muslos  de  ovejas  o  de  cabritos,  recubiertos  de  pingüe  grasa,
               cumplidme este ruego: que él regrese y lo conduzca aquí un dios! Entonces sí
               que vengaría todas esas insolencias que tú ahora, con aires de bravucón, traes
               y llevas, vagando siempre por la ciudad. Desde luego los malos pastores echan
               a perder los rebaños».

                   Le contestó, a su vez, Melantio, el pastor de las cabras:


                   «¡Vaya, vaya lo que ha dicho este perro experto en ruindades, al que yo
               alguna vez en negra nave de buenos remos sacaré lejos de Ítaca para venderlo
               con buena ganancia! ¡Ojalá a Telémaco lo asaeteara Apolo de arco de plata
               hoy mismo en palacio, o que cayera a manos de los pretendientes, como que
               ya Odiseo perdió bien lejos el día del regreso!».

                   Diciendo esto los pasó de largo, ya que ellos caminaban despacio, y él se
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