Page 181 - La Odisea alt.
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«¡Ojalá, extranjero, se viera cumplida esa profecía! Pronto conocerías mi
               amistad  y  tendrías  muchos  regalos  míos,  de  modo  que  cualquiera  que  se
               encontrara contigo te llamaría feliz».

                   Mientras  que  así  ellos  conversaban  unos  con  otros,  los  pretendientes  se
               divertían delante del palacio de Odiseo, como de costumbre, lanzando discos y
               jabalinas en un terreno apropiado, despreocupados del todo. Mas cuando se
               hizo  la  hora  de  cenar  y  llegaron  las  ovejas  de  uno  y  otro  rebaños  de  los

               campos,  traídas  por  sus  pastores,  entonces  les  habló  Medonte,  que  de  los
               heraldos  era  el  más  grato  a  los  pretendientes  y  que  les  acompañaba  en  su
               festín:

                   «Muchachos, puesto que ya todos habéis divertido vuestro ánimo con los
               juegos,  andad  a  la  casa  para  que  nos  preparemos  el  banquete.  No  es  nada
               desagradable tomar la cena a su hora».


                   Así dijo, y ellos se alzaron y obedecieron su aviso. Luego que llegaron a
               las confortables salas, depositaron sus mantos sobre los bancos y las sillas, y
               sacrificaron gruesas ovejas y pingües cabras, y mataron gordos cochinos y una
               vaca del rebaño, disponiendo la cena.

                   Los otros, Odiseo y el divino porquerizo, se aprestaban a ir del campo a la
               ciudad.  De  ellos  tomó  la  palabra  el  primero  el  porquero,  mayoral  de  los

               siervos:

                   «Forastero,  ya  que  deseas  marchar  a  la  ciudad  hoy  mismo,  como  lo
               indicaba mi patrón, así sea. De verdad que yo preferiría dejarte aquí, como
               guardián de los establos, pero le tengo respeto y temor, no vaya a ser que me
               haga reproches, y suelen ser duros los reproches de los amos. Así que, venga,
               vámonos  ahora.  Pues  ya  ha  pasado  mucho  día,  y  pronto,  al  atardecer,  hará
               peor».

                   Respondiéndole dijo el muy astuto Odiseo:


                   «Me  doy  cuenta  y  pienso  en  ello.  Hablas  a  quien  bien  lo  sabe.  Conque
               vámonos, y tú guía a lo largo de todo el camino. Dame, si tienes por ahí, algún
               batón  bien  cortado  para  que  me  apoye,  ya  que  decís  que  es  resbaladiza  la
               senda».

                   Así dijo y sujetóse a los hombros el zaparrastroso zurrón muy remendado
               con  una  cuerda  retorcida.  Eumeo  le  dio  luego  un  bastón  adecuado.  Ambos

               echaron a andar. En el establo se quedaron, guardándolo, perros y pastores.
               Hacia la ciudad Eumeo guiaba a su amo, con el aspecto de un mendigo mísero
               y viejo, apoyado en su bastón, y vestido con ropas andrajosas.

                   Pronto,  en  su  bajada  por  un  sendero  empinado,  estuvieron  cerca  de  la
               ciudad y llegaron junto a una fuente de piedras con un hermoso chorro, adonde
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