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afecto, en la compañía de sus honrados hijos. Sin embargo, del audaz Odiseo
me dijo que no había oído nunca a ningún viajero si estaba vivo o muerto, y
me envió a visitar al Atrida Menelao, famoso por su lanza, con un carro bien
ensamblado y sus caballos.
»Allí vi a la argiva Helena, por la que mucho sufrieron los argivos y
troyanos por la voluntad de los dioses. Después me preguntó pronto Menelao,
bueno en el grito de guerra, por qué urgencia acudía a la divina Lacedemonia.
Entonces yo le conté punto por punto toda la verdad, y él, contestándome,
estas palabras dijo:
»“¡Ay, ay! ¡Que a un hombre tan valeroso quieran usurparle el lecho esos
que son sólo unos tipos cobardes! Como cuando una cierva en la guarida de un
fornido león echa a dormir a sus cervatillos, crías pequeñas, lactantes, y se sale
a pastar por trochas y valles herbosos, y luego llega el león a su madriguera y
les da un terrible final a las crías, así Odiseo a ellos les dará un terrible final.
¡Ojalá que, oh Zeus Padre, Atenea y Apolo, siendo tal como era antaño en la
bien construida Lesbos, cuando se levantó para luchar con Filomeles, en una
disputa, y lo tumbó con fuerza, y se alegraron todos los aqueos, así se
presentara ante los pretendientes Odiseo! ¡Tendrían breve vida y amargas
bodas! Con respecto a lo que me preguntas y ruegas no quisiera yo hablar con
rodeos y disimulos, y no voy a engañarte. Pero de cuanto me contó el veraz
Viejo del Mar ni una palabra te ocultaré ni omitiré. Me dijo que él lo había
visto soportando fuertes pesares en una isla, en las moradas de la ninfa
Calipso, que lo retenía por la fuerza. Él no era capaz de arribar a su tierra
patria puesto que no disponía ni de barco de remos ni de compañeros que
fueran con él sobre los amplios lomos del mar”.
»Así habló el Atrida Menelao, ilustre por su lanza. Después de realizar eso,
regresé. Me dieron un viento propicio los inmortales, que pronto me trajeron a
la querida tierra patria».
Así dijo, y a ella le conmovió el corazón en su pecho. A los dos les dijo
entonces Teoclímeno de divino aspecto estas palabras:
«Respetable esposa de Odiseo Laertíada, éste en verdad no lo sabe con
claridad; pero atiende a mi profecía. Porque voy a darte un vaticinio veraz y
sin ambages. ¡Séame testigo Zeus, en primer lugar, y la mesa hospitalaria y el
hogar del irreprochable Odiseo, al que me acojo, de que Odiseo, en verdad, ya
está en su querida tierra patria, en reposo o caminando, informado de todas las
acciones dañinas y, por tanto, prepara la ruina de todos los pretendientes! Un
augurio semejante ya interpreté estando en la nave de buenos bancos de
remeros y ya se lo expuse a Telémaco».
Le respondió, a su vez, la muy prudente Penélope: