Page 179 - La Odisea alt.
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donde  solían  sentarse  Méntor,  Antifo  y  Haliterses,  que  eran  desde  mucho
               tiempo antes compañeros de su padre. Ellos le preguntaban por todo.

                   Y hasta ellos llegó, a su lado, Pireo, famoso por su lanza, que guiaba al
               extranjero  a  través  de  la  ciudad  hasta  la  plaza.  Telémaco  entonces  no  se
               mantuvo lejos del extranjero, sino que fue junto a él.

                   Pireo comenzó a hablar y dijo:

                   «Telémaco, envía pronto a mi casa unas mujeres, para que te entregue los

               regalos que te ofreció Menelao».

                   A su vez le respondió el juicioso Telémaco:

                   «Pireo,  no  sabemos  cómo  van  a  salir  ahora  las  cosas.  Por  si  acaso  los
               altivos pretendientes en mi palacio fueran a matarme y a repartirse mis bienes
               paternos, prefiero que tú tengas y disfrutes de éstos antes que cualquiera de
               ellos. Mas si yo consigo darles muerte y un fatal destino, entonces los recogeré

               contento cuando me los traigas contento».

                   Después de hablar así guiaba hacia su casa al asendereado extranjero. En
               cuanto llegaron a la casa bien habitada, dejaron sus mantos sobre las sillas y
               asientos, y se dirigieron hacías las bañeras bien pulidas y se bañaron. Luego
               las sirvientas los frotaron y ungieron con aceites, y los vistieron con túnicas y
               mantos de lana. Y salieron de las bañeras y se sentaron en los sillones. Una
               criada trajo el agua en un hermoso aguamanil de oro, y comenzó a verterla en

               una jofaina de plata para que se lavaran las manos. A su lado extendió una
               pulida mesa. Sobre ella colocó la venerable despensera las viandas, trayendo
               muchos manjares, generosa de cuanto tenían.

                   La madre de Telémaco vino a situarse frente a ellos, sentada en su silla
               junto a la gran columna de la sala, revolviendo en su rueca sutiles hilos. Ellos
               tendieron  sus  manos  a  los  manjares  dispuestos  y  servidos.  Y  una  vez  que

               hubieron  satisfecho  su  apetito  de  comida  y  bebida,  empezó  a  decirles  la
               prudente Penélope estas palabras:

                   «Telémaco,  yo  voy  a  subir  al  piso  alto  a  echarme  en  mi  cama,  que  me
               acoge cuando lloro, bañada en lágrimas de continuo, desde que Odiseo partió
               con los Atridas hacia Troya. ¿No quieres, antes de que vuelvan los soberbios
               pretendientes a esta casa, hablarme claramente del retorno de tu padre, si algo
               por ahí has oído?».

                   La contestó, al momento, el juicioso Telémaco:


                   «Desde luego que sí, madre, voy a contarte la verdad.

                   »Marchamos a Pilos, al palacio de Néstor, pastor de pueblos. Me recibió él
               en su mansión de alto techo, y me trató amablemente, como un padre a su hijo
               que  volviera  después  de  larga  ausencia.  Así  me  albergó  él  a  mí,  con  todo
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