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donde solían sentarse Méntor, Antifo y Haliterses, que eran desde mucho
tiempo antes compañeros de su padre. Ellos le preguntaban por todo.
Y hasta ellos llegó, a su lado, Pireo, famoso por su lanza, que guiaba al
extranjero a través de la ciudad hasta la plaza. Telémaco entonces no se
mantuvo lejos del extranjero, sino que fue junto a él.
Pireo comenzó a hablar y dijo:
«Telémaco, envía pronto a mi casa unas mujeres, para que te entregue los
regalos que te ofreció Menelao».
A su vez le respondió el juicioso Telémaco:
«Pireo, no sabemos cómo van a salir ahora las cosas. Por si acaso los
altivos pretendientes en mi palacio fueran a matarme y a repartirse mis bienes
paternos, prefiero que tú tengas y disfrutes de éstos antes que cualquiera de
ellos. Mas si yo consigo darles muerte y un fatal destino, entonces los recogeré
contento cuando me los traigas contento».
Después de hablar así guiaba hacia su casa al asendereado extranjero. En
cuanto llegaron a la casa bien habitada, dejaron sus mantos sobre las sillas y
asientos, y se dirigieron hacías las bañeras bien pulidas y se bañaron. Luego
las sirvientas los frotaron y ungieron con aceites, y los vistieron con túnicas y
mantos de lana. Y salieron de las bañeras y se sentaron en los sillones. Una
criada trajo el agua en un hermoso aguamanil de oro, y comenzó a verterla en
una jofaina de plata para que se lavaran las manos. A su lado extendió una
pulida mesa. Sobre ella colocó la venerable despensera las viandas, trayendo
muchos manjares, generosa de cuanto tenían.
La madre de Telémaco vino a situarse frente a ellos, sentada en su silla
junto a la gran columna de la sala, revolviendo en su rueca sutiles hilos. Ellos
tendieron sus manos a los manjares dispuestos y servidos. Y una vez que
hubieron satisfecho su apetito de comida y bebida, empezó a decirles la
prudente Penélope estas palabras:
«Telémaco, yo voy a subir al piso alto a echarme en mi cama, que me
acoge cuando lloro, bañada en lágrimas de continuo, desde que Odiseo partió
con los Atridas hacia Troya. ¿No quieres, antes de que vuelvan los soberbios
pretendientes a esta casa, hablarme claramente del retorno de tu padre, si algo
por ahí has oído?».
La contestó, al momento, el juicioso Telémaco:
«Desde luego que sí, madre, voy a contarte la verdad.
»Marchamos a Pilos, al palacio de Néstor, pastor de pueblos. Me recibió él
en su mansión de alto techo, y me trató amablemente, como un padre a su hijo
que volviera después de larga ausencia. Así me albergó él a mí, con todo