Page 175 - La Odisea alt.
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de los dioses se lo hizo saber o ellos mismos vieron pasar de largo el navío y

               no pudieron darle alcance».

                   Así  habló  y  los  demás  se  levantaron  y  marcharon  por  la  orilla  marina.
               Pronto dejaron la negra nave sobre la ribera, y sacaron los arreos sus bravos
               servidores. Ellos marcharon todos juntos a la plaza sin dejar que ningún otro,
               ni joven ni viejo, se les uniera. Entre ellos tomó la palabra Antínoo, hijo de
               Eupites:


                   «¡Ay, ay, cómo libraron a ese joven de la muerte los dioses! Durante días
               estuvieron  los  vigías  en  las  cimas  batidas  por  el  viento,  continuamente,  en
               turnos constantes. Al ponerse el sol nunca dormimos por la noche en tierra,
               sino  que  nos  quedamos  en  alta  mar  en  nuestra  negra  nave  hasta  la  divina
               aurora, acechando a Telémaco, para capturarlo y matarlo allí. Pero he aquí que
               entre tanto lo trajo a su casa el destino. Bien, preparémosle aquí nosotros a
               Telémaco una cruel muerte, y que no se nos escape. Pues creo que, mientras él

               siga vivo, no se cumplirán nuestros planes. Por su inteligencia y su decisión él,
               en efecto, es muy capaz y las gentes del pueblo no están ya, de ningún modo,
               bien  dispuestas  hacia  nosotros.  Así  que  actuad  antes  de  que  él  reúna  a  los
               aqueos en el ágora. No creo pues que vaya a ceder en nada, sino que vendrá
               enfurecido y alzándose ante todos les dirá que tramábamos su pronta muerte,

               pero no la hemos conseguido. Y ellos, en cuanto le escuchen, no aprobarán
               estas malignas acciones. ¡Ojalá no nos causen daños y nos expulsen de nuestra
               tierra  y  tengamos  que  emigrar  a  un  país  extraño!  Mas  apresurémonos  a
               capturarlo en el campo, lejos de la ciudad, o en el camino. Y quedémonos con
               sus bienes y hacienda nosotros, repartiéndolos con equidad, y, por otra parte,
               permitamos que se queden la casa su madre y aquel que se case con ella. Si
               este consejo os desagrada, y preferís, en cambio, que él viva y conserve toda la

               fortuna  paterna,  no  sigamos  devorando  todos  juntos  sus  abundantes  bienes,
               reuniéndonos aquí, sino que cada uno desde su propia casa continúe el cortejo
               ofreciendo a su madre sus regalos de boda. Y que ella pueda luego desposarse
               con quien más le ofrezca y le esté destinado».

                   Así dijo, y todos los demás se quedaron quietos y en silencio. Entre ellos
               tomó  la  palabra  y  empezó  a  hablar  Anfínomo,  el  ilustre  hijo  de  Niso,  el

               soberano  Aretíada,  que  desde  la  herbosa  Duliquio  de  amplios  trigales
               acaudillaba a los pretendientes y de modo especial agradaba a Penélope por
               sus  palabras,  pues  era  de  buen  corazón.  Éste,  con  pensamiento  benévolo,
               comenzó a hablar y dijo:

                   «Amigos,  yo  al  menos  no  quisiera  asesinar  a  Telémaco.  Es  horrible  dar
               muerte a alguien de estirpe real. Así que, antes, consultemos los designios de
               los  dioses.  Si  las  leyes  del  gran  Zeus  lo  aprobaran,  yo  mismo  lo  mataré  e

               incitaré a todos los demás. Pero si los dioses lo rechazan, opino que debemos
               dejarlo».
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