Page 15 - La Odisea alt.
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»El último engaño que en su mente tramó es éste: Enhiesta en su amplio
               telar tejía una tela suave y enorme. Y allí nos dijo a nosotros:

                   »“Jóvenes  que  me  pretendéis,  ahora  que  ha  muerto  el  divino  Odiseo,
               aguardad en vuestros requerimientos de matrimonio hasta que haya concluido
               este manto —no se me echen a perder los hilos—, como sudario fúnebre para
               el  héroe  Laertes,  para  cuando  lo  arrebate  el  fatal  destino  de  la  tristísima
               muerte, para que ninguna de las aqueas en el pueblo se enoje conmigo de que

               él yazga sin sudario, después de que poseyó muchas riquezas”.

                   »Así dijo. Y nuestro impulsivo ánimo se dejó persuadir. Conque entonces
               por el día tejía en el telar la gran tela, y por las noches la destejía, poniendo a
               su lado unas antorchas. De este modo durante un trienio nos engañó con el
               truco, y había engatusado a los aqueos. Mas cuando llegó el cuarto año y se
               presentaron sus estaciones, entonces nos lo reveló una de las mujeres, que la
               había visto bien, y la sorprendimos a ella, deshaciendo el espléndido tejido.

               Así que ya lo ha acabado, y a pesar suyo, por la fuerza.

                   »A  ti  esta  respuesta  te  dan  los  pretendientes,  para  que  te  enteres  en  tu
               ánimo y que lo sepan todos los aqueos: manda afuera a tu madre y ordénale
               que tome por marido a uno cualquiera que su padre le indique y que a ella le
               guste.


                   »Pero si aún persiste en desasosegar por mucho tiempo a los hijos de los
               aqueos, con esos planes en su ánimo, ya que Atenea le otorgó en extremo ser
               experta en labores muy bellas y de sutil ingenio y diestra en ganancias, como
               no hemos oído que lo fueran antes otras aqueas de hermosos tocados, Tiro,
               Alcmena  y  Micena  de  bella  corona,  que  ninguna  de  ellas  conocía
               pensamientos semejantes a los de Penélope, en ese caso no lo decidió en tu
               provecho. Porque, entre tanto, desde luego, tu fortuna y tus propiedades son

               devoradas, mientras que ella mantiene esa decisión, que ahora en su pecho le
               infundieron  los  dioses.  Gran  fama  logrará  para  sí,  pero  a  ti  te  dejará  la
               nostalgia de tu mucha riqueza.

                   »Nosotros no nos iremos a nuestras tareas ni a ninguna otra parte hasta que
               ella despose a uno de los aqueos, al que ella prefiera».

                   Le respondió luego, en réplica, el sagaz Telémaco:

                   «Antínoo, de ningún modo me es posible expulsar de mi casa, contra su

               voluntad, a la que me dio el ser, a quien me crio. Mi padre en algún otro lugar
               de la tierra vive o ha muerto. Malo es para mí restituirle muchos presentes a
               Icario, si yo, por decisión mía, le reenvío a mi madre. De su padre, pues, voy a
               sufrir grandes agravios, y otros me procurará la divinidad, cuando mi madre,
               al partir de la casa, invoque a las odiosas Erinias. Y contra mí se elevará la
               cólera de las gentes. Por lo tanto jamás he de dar yo tal orden.
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