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penalidades los hombres, todo aquel a quien le agobian el vagabundeo, la pena
y el dolor. Pero, ya que me retienes y me mandas aguardarle, háblame, venga,
acerca de la madre del divino Odiseo y de su padre, al que al partir abandonó
en el umbral de la vejez, dime si es que aún viven bajo los rayos del sol, o si
ya han muerto y están en la mansión de Hades».
Le respondió al momento el porquerizo, capataz de los siervos:
«Pues bien, extranjero, te lo contaré de modo preciso. Laertes aún vive,
pero ruega de continuo a Zeus que se extinga la vida en sus miembros, en su
casa. Porque se duele tremendamente de la ausencia de su hijo y de su
prudente esposa legítima, que con su muerte le apenó tantísimo y le abandonó
en la amarga vejez. Ella se consumió de pena por su ilustre hijo con una
muerte muy triste. ¡Ojalá no se me muera de tal modo quien vive conmigo
amablemente y comparte mi amistad! Mientras ella vivía, aunque estuviera
pesarosa, siempre me era agradable hablar con ella y atender a su
conversación, porque ella me había criado junto a Ctímena de amplio peplo, su
noble hija, la última de los hijos que tuvo. Con ésta justamente crecí, y casi
igual que a ella me quería. Luego que los dos llegamos a la atractiva
adolescencia, a ella pronto la casaron en Same, y le dieron muy cuantiosa dote,
en tanto que a mí su madre me vistió con túnica y manto muy
espléndidamente, me dio un buen calzado para mis pies y me envió al campo.
Me quería mucho en su corazón.
»Ahora ya me falta todo eso. Con todo, mi trabajo lo aprecian los felices
dioses, y con él me sustento. De eso como y bebo, y aún doy a los necesitados.
Pero ya no puedo oír de mi dueña una palabra cariñosa ni un gesto, ya que la
desdicha se abatió sobre la casa, a causa de esos individuos prepotentes. Los
criados sienten gran deseo de hablar con su señora y enterarse de todo, y de
comer y beber, y de llevarse luego algo al campo, cosas que siempre alegran el
ánimo a los sirvientes».
Contestándole le dijo el muy astuto Odiseo:
«¡Qué pena que, siendo aún pequeño, porquerizo Eumeo, te vieras
obligado a vagar muy lejos de tu patria y tus padres! Mas, venga, cuéntame y
dime puntualmente si es que fue saqueada tu ciudad de anchas calles, donde
solían habitar tu padre y tu señora madre, o si a ti, cuando estabas solo con tus
ovejas o tus vacas, te raptaron en sus naves los enemigos y te vendieron para
la casa de este hombre y él pagó el precio estipulado».
Respondióle, a su vez, el porquerizo, capataz de los siervos:
«Forastero, ya que me preguntas y te interesas por ello, escucha en silencio
ahora, mientras disfrutas y bebes el vino ahí sentado. Las noches son
inacabables. Se puede dormir y se puede escuchar plácidamente. No te es