Page 159 - La Odisea alt.
P. 159

Le respondió a su vez el juicioso Telémaco:

                   «Por entero, vástago de Zeus, como nos pides, vamos a contarle todo esto a
               él, al llegar. Ojalá también me encuentre yo, al volver a Ítaca, a Odiseo en la
               casa, y pueda contarle que regreso tras confirmar toda tu amistad y que traigo
               conmigo tus muchos y preciosos regalos».

                   Mientras le decía esto voló a su derecha un ave, un águila que llevaba en

               sus garras una oca blanca, grande, doméstica, de algún corral. La perseguían
               chillando hombres y mujeres, y al llegar cerca de ellos torció hacia la derecha
               por delante de los caballos. Al verlo se alegraron ellos, y a todos se les llenó el
               ánimo de contento.

                   Entonces tomó la palabra el hijo de Néstor, Pisístrato:

                   «Explícanos,  Menelao,  de  estirpe  divina,  señor  de  guerreros,  si  para
               nosotros o para ti un dios nos envió este prodigio».


                   Así dijo. Meditó dubitativo Menelao, grato a Ares, cómo iba a responderle
               con un juicio atinado. Pero se le anticipó y habló Helena, de amplio peplo:

                   «¡Escuchadme!  Ahora  voy  a  pronosticaros,  tal  como  en  mi  corazón  me
               inspiran los dioses, lo que creo que va a realizarse. Como el águila arrebató a
               una oca criada en la casa, llegando desde el monte, donde tiene su guarida y
               sus crías, así Odiseo, después de sufrir muchos males y vagar largo tiempo,
               volverá  a  su  hogar  y  cumplirá  su  venganza.  O  acaso  ya  está  en  su  tierra  y

               maquina el castigo de todos los pretendientes».

                   Respondióle a su vez el juicioso Telémaco:

                   «¡Que así ahora lo decida Zeus, el atronador esposo de Hera! En tal caso,
               incluso allí, te veneraría como a una diosa».

                   Dijo y restalló el látigo sobre los caballos. Ellos muy veloces se lanzaron
               por  el  llano  atravesando  fogosos  la  ciudad.  Durante  todo  el  día  agitaron  el
               yugo que soportaban. Se puso el sol y comenzaban a llenarse de sombra las

               calles cuando llegaron a Feras, a la casa de Diocles, hijo de Ortíloco, a quien
               engendrara  como  hijo  el  río  Alfeo.  Allí  pasaron  la  noche  y  éste  les  dio  los
               dones de hospitalidad.

                   Apenas brilló matutina la Aurora de dedos rosáceos, uncieron los caballos
               y subieron al carro de vivos colores, y los guiaron saliendo del pórtico y del
               rumoroso atrio. Azuzaron con el látigo a los corceles y éstos volaron gustosos.

               Muy pronto llegaron a la escarpada ciudadela de Pilos, y entonces Telémaco le
               decía al hijo de Néstor:

                   «¿Nestórida,  podrías  cumplirme  de  algún  modo  una  petición  mía,
               esforzándote en el favor? Nos orgullecemos de ser huéspedes para siempre con
               una amistad que viene de nuestros padres, y somos de la misma edad. Y este
   154   155   156   157   158   159   160   161   162   163   164