Page 160 - La Odisea alt.
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viaje aún más nos unirá en nuestra concordia. No me lleves más lejos de la
               nave,  vástago  de  Zeus,  sino  que  déjame  aquí.  No  sea  que  el  anciano  me
               retenga en su palacio, deseoso de agasajarme como amigo. Debo volver ya a
               mi patria».

                   Así habló, y el Nestórida reflexionó en su ánimo de qué modo le cumpliría
               el deseo, comportándose de modo justo. Al meditarlo le pareció que lo mejor
               sería lo siguiente: dirigió los caballos hacia la veloz nave y la orilla del mar, y

               descargó en el barco, en la popa, los bellísimos regalos, las ropas y el oro que
               le había dado Menelao. Y, dándole ánimos, le decía estas palabras aladas:

                   «Deprisa, embárcate ahora y da la orden a tus compañeros antes de que yo
               llegue a mi casa y dé la noticia al anciano. Porque yo sé bien esto en mi ánimo
               y  mi  mente:  tal  cual  es  de  ánimo  orgulloso,  no  va  a  permitírtelo,  sino  que
               acudirá él en persona a invitarte, y no creo que volviera sin más. En otro caso
               se quedará enojado».


                   Después de hablar así impulsó a los caballos de hermosas crines hacia la
               ciudad de los pilios, y muy pronto llegó al palacio. Telémaco, convocando a
               todos sus compañeros les ordenó:

                   «Disponed en orden el aparejo, amigos, en la negra nave, y subamos todos
               a bordo, para proseguir nuestro camino».

                   Así  dijo,  los  demás  le  escucharon  y  obedecieron,  y  enseguida  se

               embarcaban y se sentaban en sus bancos. Y mientras él se afanaba en esto y
               decía sus plegarias y sacrificaba en honor de Atenea, se le acercó un hombre
               venido de lejos, exiliado de Argos por haber dado muerte a otro, un adivino.
               Por  su  linaje,  era  descendiente  de  Melampo,  quien  antaño  viviera  en  Pilos,
               nodriza de rebaños, y allí, con extraordinaria riqueza, habitaba un palacio entre
               los  pilios.  Pero  luego  emigró  a  otro  país,  huyendo  de  su  patria  y  del

               magnánimo Neleo, el más admirable de sus pobladores, el cual le retuvo por la
               fuerza  sus  inmensas  riquezas  todo  un  año  entero,  mientras  que  él  estaba
               apresado  con  severas  cadenas,  soportando  duros  dolores,  en  el  palacio  de
               Fílaco,  a  causa  de  la  hija  de  Neleo  y  de  la  angustiosa  locura  que  había
               infundido en su mente una espantosa divinidad, una Erinia. Pero escapó de la
               muerte y condujo sus mugidoras vacas desde Fílaca a Pilos, y castigó por su
               infame  acción  al  divino  Neleo,  y  se  llevó  una  mujer  para  su  hermano  a  su

               hogar.

                   Luego partió para asentarse en un país ajeno, en Argos, tierra criadora de
               caballos. Allí pues fijaba el destino que se quedara reinando sobre numerosos
               argivos. Allí tomó esposa y construyó su mansión de alto techo, y engendró a
               Antífates  y  Mantio,  dos  hijos  poderosos.  Antífates  engendró  al  magnánimo
               Oicles, y a su vez Oicles a Anfiarao, salvador de sus tropas, al que mucho

               amaban Zeus portador de la égida y Apolo con una perfecta amistad. No llegó
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