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él a alcanzar el umbral de la vejez, sino que murió en Tebas por culpa de unos
               regalos a su mujer. Hijos suyos fueron Alcmeón y Anfíloco. Mantio, por su
               parte, engendró a Polifides y a Clito. Pero luego a Clito lo raptó Aurora, la de
               áureo trono, a causa de su belleza, a fin de instalarlo entre los inmortales. Y al
               magnánimo  Polifides  Apolo  lo  hizo  adivino,  el  mejor  con  mucho  de  los
               mortales  una  vez  que  hubo  muerto  Anfiarao.  Éste  se  retiró  a  Hiperesia

               encolerizado contra su padre y, habitando allí, daba sus profecías a todos los
               mortales.

                   En fin, se presentó el hijo de éste, Teoclímeno era su nombre, y era quien
               entonces  se  había  detenido  ante  Telémaco.  Lo  encontró  mientras  hacía
               libaciones y oraba junto a su rauda nave negra, y elevando su voz le dijo estas
               palabras aladas:

                   «Amigo, ya que te encuentro sacrificando en este lugar, te suplico por los
               sacrificios y por el dios, y también por tu propia cabeza y la de tus compañeros

               que  te  escoltan;  dime  a  mí,  que  te  pregunto,  la  verdad  y  no  me  la  ocultes.
               ¿Quién eres y de qué gente? ¿Dónde están tu ciudad y tus padres?».

                   Respondióle a su vez el juicioso Telémaco:

                   «En efecto voy a decírtelo, extranjero, punto por punto. Por mi familia soy
               de Ítaca y mi padre es Odiseo, si es que existió alguna vez. Ahora murió ya

               con cruel muerte. Por eso, tomando conmigo a mis compañeros y una negra
               nave, vine a preguntar por mi padre largo tiempo ausente».

                   Le contestó luego Teoclímeno de divino aspecto:

                   «También así voy yo lejos de mi patria, por haber matado a un hombre de
               mi tribu. Muchos son sus hermanos y parientes en Argos criadora de caballos,
               y tienen gran poderío entre los aqueos. Por culpa de ellos, tratando de escapar
               a la muerte y al negro destino, he huido, pues ahora mi sino es vagabundear
               entre otras gentes. Pero acógeme en tu nave, puesto que a ti te suplico, en mi

               exilio, a fin de que no me maten. Creo, en efecto, que me persiguen».

                   Le contestó luego a su vez el juicioso Telémaco:

                   «Bien,  puesto  que  así  lo  quieres,  no  te  rechazaré  de  la  bien  ensamblada
               nave, así que sígueme. Allí serás bien acogido, con lo que tengamos».

                   Tras hablar así le cogió la lanza de bronce y la depositó sobre la cubierta
               de la nave de curvos costados, y él se subió también al navío de alto bordo. Se
               sentó  luego  en  la  popa  e  hizo  sentarse  a  su  lado  a  Teoclímeno.  Los  otros

               desligaron las amarras de popa, y Telémaco, dando ánimos a sus compañeros,
               les ordenó atender al aparejo. Ellos obedecieron enseguida. Alzaron el mástil
               de pino y lo encajaron en el hueco de las traviesas y lo dejaron bien sujeto con
               las maromas. Y desplegaron las blancas velas con sus retorcidas sogas.
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