Page 166 - La Odisea alt.
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una buena vida. Yo, en cambio, llego aquí después de cruzar vagando muchas

               ciudades de mortales».

                   Así ellos conversaban de estas cosas uno con otro, y no durmieron mucho,
               sino breve tiempo. Pues pronto llegó la Aurora de bello trono. En la costa los
               compañeros de Telémaco arriaban las velas, desmontaban el mástil presurosos,
               y a fuerza de remos llevaban el barco hasta la cala. Echaron las piedras de
               anclaje y ataron las amarras de popa. Tras desembarcar en la orilla del mar se

               pusieron a prepararse el almuerzo, y a hacer la mezcla del rojo vino. Luego
               que hubieron saciado el apetito de bebida y comida, comenzó a hablarles el
               juicioso Telémaco:

                   «Conducid vosotros ahora la negra nave a la ciudad, mientras que yo voy a
               ver mis campos y a mis pastores. Cuando haya dado una ojeada a mis terrenos,
               bajaré a la villa. Por la mañana, como premio por el viaje, quiero ofreceros un
               buen convite de carnes y vino de dulce sabor».


                   Le contestó a su vez Teoclímeno de aspecto divino:

                   «¿Adónde, pues, he de ir yo, querido hijo? ¿Me acerco a la mansión de
               alguno de los que son poderosos en la rocosa Ítaca? ¿O me voy directamente a
               la casa de tu madre y tuya?».

                   Contestóle al punto el juicioso Telémaco:

                   «En otras circunstancias yo te invitaría a acudir a nuestra casa. Porque no

               escatimo la hospitalidad. Pero sería peor para ti, pues ahora yo estaré lejos y
               mi madre no te verá, ya que no se muestra a menudo ante los pretendientes,
               sino que en su sala de arriba teje en su telar. No obstante, voy a encomendarte
               a otro señor, al que podrías dirigirte: a Eurímaco, hijo ilustre del sagaz Pólibo,
               al que ahora los itacenses respetan tanto como a un dios. Porque es el hombre
               más distinguido y el más ansioso por desposar a mi madre y obtener el rango
               de Odiseo. Mas sólo Zeus, el olímpico que mora en el cielo, sabe si en vez de

               la boda no obtendrá un día funesto».

                   Mientras hablaba así, cruzó volando un ave a su diestra, un halcón, veloz
               mensajero  de  Apolo.  En  sus  garras  llevaba  una  paloma,  que  desplumaba,  y
               dejaba caer a tierra sus plumas, en el espacio que mediaba entre Telémaco y la
               nave.  Teoclímeno  le  llamó  aparte,  lejos  de  los  compañeros,  le  tomó  de  la
               mano, y llamándole por su nombre, le decía:


                   «Telémaco, no sin un designio divino pasó esta ave por la derecha. Que yo,
               al verla delante, he reconocido su augurio. No hay otra familia más regia que
               la vuestra en el pueblo de Ítaca, y siempre seréis vosotros quienes manden».

                   Le contestó a su vez el juicioso Telémaco:

                   «¡Ojalá que así, extranjero, quedara cumplida tu profecía! Pronto tendrías
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