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preciso echarte a dormir antes de tiempo. También el excesivo sueño es una
pesadez.
»Respecto a los demás, a quien su corazón y su ánimo se lo pida, váyase
fuera a dormir. Y en cuanto aparezca el alba, que desayune y se marche con
los cerdos del amo. Nosotros, comiendo y bebiendo en el interior de la cabaña,
nos deleitaremos recordando nuestras tristes desventuras, de uno y otro.
Porque incluso con sus penas se deleita el hombre que ha sufrido muchos
pesares y vagado mucho. Voy a contarte lo que me preguntas e inquieres.
»Hay una isla que se llama Siria, acaso has oído hablar de ella, por encima
de Ortigia, por donde se da la vuelta el sol, no muy poblada, pero excelente,
con buenos pastizales y buenos rebaños, vino abundante y mucho trigo. El
hambre jamás agobia a su población y ninguna otra maligna dolencia ataca allí
a los infelices mortales. Y cuando en la comarca envejecen las gentes de una
generación, acuden el flechero Apolo y su hermana Ártemis, y los asaetean
con sus suaves dardos para darles muerte. Allí hay dos ciudades, y todo lo
tienen repartido en dos dominios, y en los dos reinaba mi padre, Ctesio
Orménida, semejante a los inmortales.
»Llegaron allá unos fenicios, navegantes famosos, tipos rapaces, que
transportan mil baratijas en la negra nave. Y había en la casa de mi padre una
mujer fenicia, bella y alta, y experta en finas labores. A ésta los trapaceros
fenicios la sedujeron. Primero uno se unió con ella, que estaba lavando cerca
de la cóncava nave, en lecho y comercio amoroso, cosas que seducen la mente
de las débiles mujeres, incluso si una es laboriosa. Pronto él le preguntó quién
era y de dónde procedía, y ella al punto le indicó la alta casa de mi padre. “Me
jacto de ser de Sidón, pródiga en bronce, y soy hija de Aribante, de enorme
riqueza. Pero me raptaron unos piratas tafios cuando volvía del campo, y me
trajeron aquí y me vendieron para la casa de ese hombre, y él pagó por mí el
precio estipulado”.
»Le respondió entonces aquel tipo, que la había seducido furtivamente:
»“¿Acaso te vendrías ahora de vuelta con nosotros, a fin de ver la alta casa
de tu padre y tu madre y a ellos en persona? Que aún viven y con fama de
ricos”.
»Le contestó, a su vez, la mujer y replicó a su propuesta:
»“Podría ser así, si quisierais, marineros, prometerme bajo juramento que
me llevaríais sana y salva a mi casa”.
»Así dijo, y todos ellos juraron hacerlo como pedía. Luego que hubieron
jurado y acabado el juramento, de nuevo les habló la mujer en respuesta a sus
preguntas: