Page 162 - La Odisea alt.
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Atenea de ojos glaucos les enviaba un viento favorable, que soplaba con
               fuerza en el aire, para que siempre avante marchara el navío presuroso sobre el
               agua  salina  del  mar.  Pasaron  costeando  Crunos  y  el  Calcis  de  hermosa
               corriente.  Se  sumergió  el  sol  y  comenzaron  a  llenarse  de  sombra  las  rutas.
               Empujado por el viento favorable de Zeus el barco avanzaba hacia Feas y por
               delante de la divina Élide, donde gobiernan los epeos. Desde allí lo dirigió a

               las islas puntiagudas dudando si escaparía a la muerte o lo capturarían.

                   Por otra parte, Odiseo y el divino porquerizo cenaban en la cabaña, y junto
               a ellos tomaban su cena los demás pastores. Una vez que hubieron saciado su
               apetito de comida y bebida, les habló Odiseo, que quería poner a prueba al
               porquerizo para ver si lo albergaba sinceramente y le invitaba a quedarse allí,
               junto a los establos, o bien lo despachaba hacia la ciudad.

                   «¡Escúchame ahora, Eumeo, y también los demás compañeros! Deseo salir
               hacia el poblado muy de mañana a mendigar, para no causaros agobio a ti y a

               los compadres. Así que indícamelo bien y ofréceme además un buen guía que
               me lleve hasta allí. Por la ciudad vagaré por fuerza yo solo, a ver si alguien me
               da un vaso de vino y un pedazo de pan. Y llegándome a casa de Odiseo puedo
               ofrecerle  noticias  a  la  prudente  Penélope,  y  mezclarme  con  los  soberbios
               pretendientes, por si me dieran comida ellos que tienen tantas viandas. Luego

               podría servirles para cualquier cosa a su gusto. Porque te voy a decir algo, y tú
               escúchame y recuérdalo. Gracias al mensajero Hermes, que dispensa gracia y
               renombre a las acciones de todos los humanos, en habilidad no puede competir
               conmigo mortal alguno, en encender el fuego y astillar la leña seca, en repartir
               las carnes, asarlas y escanciar el vino, en todo lo que sirven los más pobres a la
               gente de alcurnia».


                   Le contestaste, muy apenado, tú, porquerizo Eumeo:

                   «¡Ah forastero! ¿Cómo penetró en tu mente semejante idea? Será que tú
               sientes un intenso deseo de morir allá, ya que vas dispuesto a meterte entre la
               turba de pretendientes cuya insolencia y brutalidad se alza hasta el cielo de
               hierro. No son, en efecto, semejantes a ti los criados de éstos, sino jóvenes,
               bien vestidos con mantos y túnicas, siempre lustrosos en sus cabezas y bellos
               rostros, y están a sus órdenes. Sus bien pulidas mesas están rebosantes de pan,

               carnes y vino. Así que, quédate, nadie está molesto por tu presencia, ni yo ni
               ninguno de los compañeros de aquí conmigo. Más tarde, cuando vuelva el hijo
               de Odiseo, él te vestirá con otras ropas, un manto y una túnica, y te escoltará a
               donde el corazón y el ánimo te impulsen».

                   Le contestó al momento el muy sufrido divino Odiseo:

                   «¡Ojalá, Eumeo, fueras tan querido a Zeus Padre como lo eres para mí, tú
               que me salvaste del vagabundeo y la cruel miseria! No hay nada peor que la

               vida  errante  para  los  mortales.  Por  el  maldito  estómago  sufren  malas
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