Page 156 - La Odisea alt.
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inmortal le mantenía despierto la preocupación por su padre. Se puso junto a él
               y comenzó a hablarle Atenea de ojos glaucos:

                   «¡Telémaco, no está bien que por más tiempo vagabundees lejos de tu casa
               dejando atrás, en tu palacio, tus posesiones y a hombres tan prepotentes! No
               vaya a ser que se repartan y consuman todos tus bienes, mientras tú haces tu
               viaje en vano. Así que anima a toda prisa a Menelao, de buen grito de guerra,
               a  que  te  envíe  de  vuelta,  para  que  encuentres  todavía  en  tu  casa  a  tu

               irreprochable madre. Que ya su padre y sus hermanos la incitan a casarse con
               Eurímaco. Pues ése aventaja a todos los pretendientes con sus regalos y se ha
               esmerado en sus dones nupciales. No sea que se lleve de tu casa algún botín a
               tus  espaldas.  Ya  sabes  cómo  es  el  ánimo  en  el  pecho  de  una  mujer:  quiere
               enriquecer la casa de quien toma por marido, y de sus hijos de antes y de su

               noble esposo difunto no se acuerda más ni se preocupa de ellos. Mas tú, en
               cuanto llegues, confía todo lo tuyo a la que te parezca la mejor de tus esclavas
               hasta que los dioses te indiquen una digna esposa.

                   »Pero voy a decirte otra cosa y tú guárdala en tu corazón: los más fuertes
               de los pretendientes te preparan una emboscada en el estrecho paso entre Ítaca
               y  la  rocosa  Samos,  dispuestos  para  matarte  antes  de  que  alcances  tu  tierra
               patria. Aunque no creo que eso vaya a cumplirse, sino que antes ha de cubrir

               la tierra a alguno de esos pretendientes que devoran tu hacienda. Mantén pues
               tu  bien  construida  nave  lejos  de  las  islas  y  navega  además  de  noche.  Te
               enviará por detrás un viento propicio aquel de los inmortales que te guarda y
               protege.  Después,  en  cuanto  alcances  la  primera  costa  de  Ítaca,  envía  a  la
               ciudad  la  nave  y  a  todos  tus  compañeros,  y  tú  visita  antes  de  nada  a  tu
               porquerizo, el que es guardián de tus cerdos, y que tiene un gran afecto por ti.
               Pasa allí la noche. Y mándale al interior de la ciudad a dar noticias tuyas a la

               prudente Penélope, contando que estás sano y salvo y ya has vuelto de Pilos».

                   Después de hablar así, marchóse ella al Olimpo, mientras que Telémaco
               despertaba del dulce sueño al hijo de Néstor, dándole con el pie, y le decía
               estas palabras:

                   «Despierta,  Pisístrato,  hijo  de  Néstor,  trae  y  dispón  bajo  el  yugo  a  los
               solípedos caballos, para que reemprendamos el viaje».

                   A su vez, le contestaba el hijo de Néstor, Pisístrato:


                   «Telémaco, no se puede, por más que apresuremos el viaje, conducir en
               medio de la oscura noche. Pronto llegará la Aurora. Por tanto, espera hasta que
               traiga y coloque en el carro sus regalos el noble Atrida Menelao, famoso por
               su lanza, y nos desee bien la despedida con palabras amables. Pues un viajero
               se  acuerda  todos  los  días  de  aquel  hombre  hospitalario  que  le  ofrendó  su
               amistad».
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