Page 155 - La Odisea alt.
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Atrida,  pastor  de  pueblos,  a  ver  si  puede  enviar  a  algunos  más  desde  los
               barcos”.

                   »Así habló, y, al momento, se levantó Toante, hijo de Andremón, a toda
               prisa, dejó caer su manto purpúreo, y echó a correr hacia las naves. Yo me
               tumbé  muy  a  gusto  con  su  capa,  y  pronto  brilló  la  Aurora  de  áureo  trono.
               ¡Ojalá  fuera  ahora  tan  joven  y  conservara  tan  firme  mi  vigor!  Me  daría  su
               manto  alguno  de  los  porquerizos  de  la  majada  por  uno  u  otro  motivo:  por

               amistad o por respeto a un valiente. Ahora, en cambio, me menosprecian, con
               estos míseros harapos sobre mi cuerpo».

                   Respondiéndole le dijiste tú, porquerizo Eumeo:

                   «Anciano, el suceso que nos has contado es admirable, y de ningún modo
               has dicho tus frases sin provecho ni al azar. Conque no han de faltarte ni ropas
               ni cosa alguna de las que convienen a un suplicante que acude apurado. Pero

               hasta mañana temprano te cubrirás con esos harapos tuyos, ya que no tenemos
               aquí muchas túnicas ni mantos de recambio para vestirse, sino tan sólo uno
               para cada hombre. Pero en cuanto llegue el hijo de Odiseo, él mismo te dará
               ropas, túnica y manto, y te enviará a donde tu corazón y tu ánimo deseen».

                   Diciendo así se levantó y le preparó un camastro y lo cubrió con pieles de
               ovejas y cabras. Y allí se echó Odiseo. Por encima le puso un manto espeso y

               amplio,  que  solía  usar  de  repuesto  para  ponérselo  cuando  se  alzaba  alguna
               fuerte tempestad.

                   Así pues se acostó allá Odiseo y los demás, los jóvenes, se tumbaron a su
               lado. Pero al porquerizo no le gustaba acostarse a dormir en aquel lugar, lejos
               de sus cerdos. Así que se equipó para salirse fuera. Estaba contento Odiseo de
               que  tanto  se  preocupara  de  su  hacienda  durante  su  ausencia.  Empezó
               colgándose la aguda espada de sus recios hombros, y se revistió de un manto,

               espeso, como protección, tomó además la piel de un macho cabrío gruesa y
               amplia, y empuñó una aguda jabalina apropiada para defenderse de los perros
               y los hombres. Y echó a andar para irse a tumbar donde dormían los cerdos de
               blancos dientes, al pie de una roca hueca, al abrigo del Bóreas.




                                                     CANTO XV



                   Hacia la extensa Lacedemonia marchaba Palas Atenea para recordarle al
               ilustre hijo del magnánimo Odiseo su regreso e incitarle a navegar de vuelta.
               Encontró a Telémaco y al hijo preclaro de Néstor durmiendo en la antesala del
               glorioso  Menelao.  El  Nestórida  estaba  vencido  por  el  dulce  sueño,  pero  a
               Telémaco no lo dominaba el placentero dormir, sino que a lo largo de la noche
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