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Atrida, pastor de pueblos, a ver si puede enviar a algunos más desde los
barcos”.
»Así habló, y, al momento, se levantó Toante, hijo de Andremón, a toda
prisa, dejó caer su manto purpúreo, y echó a correr hacia las naves. Yo me
tumbé muy a gusto con su capa, y pronto brilló la Aurora de áureo trono.
¡Ojalá fuera ahora tan joven y conservara tan firme mi vigor! Me daría su
manto alguno de los porquerizos de la majada por uno u otro motivo: por
amistad o por respeto a un valiente. Ahora, en cambio, me menosprecian, con
estos míseros harapos sobre mi cuerpo».
Respondiéndole le dijiste tú, porquerizo Eumeo:
«Anciano, el suceso que nos has contado es admirable, y de ningún modo
has dicho tus frases sin provecho ni al azar. Conque no han de faltarte ni ropas
ni cosa alguna de las que convienen a un suplicante que acude apurado. Pero
hasta mañana temprano te cubrirás con esos harapos tuyos, ya que no tenemos
aquí muchas túnicas ni mantos de recambio para vestirse, sino tan sólo uno
para cada hombre. Pero en cuanto llegue el hijo de Odiseo, él mismo te dará
ropas, túnica y manto, y te enviará a donde tu corazón y tu ánimo deseen».
Diciendo así se levantó y le preparó un camastro y lo cubrió con pieles de
ovejas y cabras. Y allí se echó Odiseo. Por encima le puso un manto espeso y
amplio, que solía usar de repuesto para ponérselo cuando se alzaba alguna
fuerte tempestad.
Así pues se acostó allá Odiseo y los demás, los jóvenes, se tumbaron a su
lado. Pero al porquerizo no le gustaba acostarse a dormir en aquel lugar, lejos
de sus cerdos. Así que se equipó para salirse fuera. Estaba contento Odiseo de
que tanto se preocupara de su hacienda durante su ausencia. Empezó
colgándose la aguda espada de sus recios hombros, y se revistió de un manto,
espeso, como protección, tomó además la piel de un macho cabrío gruesa y
amplia, y empuñó una aguda jabalina apropiada para defenderse de los perros
y los hombres. Y echó a andar para irse a tumbar donde dormían los cerdos de
blancos dientes, al pie de una roca hueca, al abrigo del Bóreas.
CANTO XV
Hacia la extensa Lacedemonia marchaba Palas Atenea para recordarle al
ilustre hijo del magnánimo Odiseo su regreso e incitarle a navegar de vuelta.
Encontró a Telémaco y al hijo preclaro de Néstor durmiendo en la antesala del
glorioso Menelao. El Nestórida estaba vencido por el dulce sueño, pero a
Telémaco no lo dominaba el placentero dormir, sino que a lo largo de la noche