Page 154 - La Odisea alt.
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y  después  de  las  libaciones  puso  el  rojo  vino  en  las  manos  de  Odiseo,  el

               destructor de ciudades. Repartióles el pan Mesaulio, al que el porquerizo había
               adquirido por su cuenta, en ausencia de su amo, sin ayuda de su señora ni del
               viejo Laertes. Lo había comprado a los piratas tafios con sus propios recursos.
               Todos echaron sus manos a los alimentos que allí delante tenían servidos. Y
               luego, cuando ya hubieron saciado su apetito de comida y bebida, les recogió

               el pan Mesaulio y ellos se dispusieron, saciados de pan y de carne, a acostarse
               y dormir.

                   Se presentó una mala noche, sin luna. Zeus llovía toda la noche y además
               soplaba un fuerte Céfiro muy húmedo. Entre ellos tomó la palabra Odiseo, por
               tantear al porquerizo, a ver si se desprendía y le daba su manto, o si se lo pedía
               a alguno de sus compañeros, ya que tanto se apiadaba de él.

                   «Escúchame ahora, Eumeo, y todos vosotros, compañeros. Con una súplica
               os  contaré  un  sucedido,  ya  que  me  anima  el  vino  perturbador,  que  impulsa

               incluso al muy sensato a cantar y reír con regocijo y lo empuja a bailar, y le
               inspira alguna palabra que estaría mejor callada. Pero ya que empecé a hablar
               no voy a cerrar la boca. ¡Ojalá fuera tan joven y tuviera tan firme vigor como
               cuando  en  Troya  tramamos  y  partimos  a  una  emboscada!  La  dirigían  como
               jefes  Odiseo  y  el  Atrida  Menelao,  y  yo  con  ellos  iba  al  frente,  ya  que  me

               invitaron a ello. Cuando llegamos hasta la ciudad y su alto muro, al pie de la
               fortificación,  entre  espesos  matorrales,  en  el  cañaveral  de  un  pantano,  nos
               tumbamos agazapados bajo nuestros escudos, y se nos vino encima una mala
               noche, heladora, mientras soplaba el Bóreas; luego nos cayó encima la nieve,
               como  espesa  escarcha,  glacial,  y  sobre  nuestros  escudos  se  amontonaba  el
               hielo. Los otros tenían túnica y mantos y dormían tranquilos, protegiéndose
               los hombros con el escudo. Pero yo, al salir les había dejado mi manto a mis

               compañeros, en un instante de insensatez, porque no pensé que iba a tiritar de
               frío. De modo que emprendía aquella marcha con mi escudo y mi refulgente
               coselete. Conque, cuando ya quedaba un tercio de la noche y ya se ponían las
               estrellas, dirigí la palabra a Odiseo, que yacía a mi lado, y le di con el codo.
               Enseguida él me prestó atención.

                   »“Divino  hijo  de  Laertes,  muy  mañoso  Odiseo.  No  vas  a  tenerme  más

               entre los vivos, porque me asesina el frío. Es que no tengo manto. Me engañó
               un dios al hacerme venir sólo con la túnica. Ahora no tengo escapatoria”.

                   »Así le dije. Y a él enseguida se le ocurrió un truco. ¡Cómo era él para dar
               consejo y para pelear! Me habló en voz baja y me dijo estas palabras: “¡Calla
               ahora, que no te oiga ningún otro de los aqueos!”.

                   »Dijo y levantó su cabeza apoyándose en un codo y musitó estas palabras:

                   »“Escuchadme  amigos.  Un  sueño  divino  me  visitó  mientras  dormía.

               Andamos lejos de las naves. Así que podría ir alguno a decirle a Agamenón
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