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»Así que, cuando ya dejábamos atrás Creta y no había a la vista tierra
alguna, sino sólo cielo y mar, entonces el Crónida colocó una nube negra sobre
la cóncava nave y el mar quedó en sombras bajo ella. Zeus tronó y, a la par,
lanzó sobre la nave un rayo. Golpeada por el rayo, ésta giró en una tromba y se
cubrió de humo. Todos cayeron fuera del casco. Y semejantes a cornejas
marinas alrededor de la nave negra iban zarandeados por las olas. El dios le
había negado el regreso.
»Pero a mí, agobiado de dolores en mi ánimo, el mismo Zeus me puso en
las manos el mástil de la nave de azulada proa, para que escapara de la
catástrofe. Y abrazado a él me dejé llevar por los furiosos vientos. Durante
nueve días me arrastraron, y a la décima negra noche una gran ola
arremolinada me arrojó en la tierra de los tesprotos. Allí me acogió
generosamente el rey de Tesprotia, el héroe Fidón. Pues fue su hijo quien me
encontró, aterido por el frío y el cansancio y me llevó a su casa sosteniéndome
con su brazo, hasta llegar a la mansión de su padre. Me ofreció ropas, un
manto y una túnica. Allí supe yo de Odiseo. Porque aquél me aseguró que lo
había hospedado y agasajado cuando él regresaba a su patria, y me mostró las
riquezas que había amontonado Odiseo: bronce, oro y bien trabajado hierro.
¡Bastarían para mantener a cualquiera hasta la décima generación! ¡Tantos
tesoros guardaba en las estancias del rey! Y dijo que se había ido a Dodona,
para escuchar de la encina de alto follaje la decisión de Zeus acerca de cómo
debía de volver a su próspero pueblo de Ítaca, si de un modo franco o
furtivamente, después de tan larga ausencia. Y juró ante mí, mientras hacía
libaciones en su hogar, que él ya tenía dispuesta su nave y prestos los
compañeros que lo llevarían hasta su querida tierra patria.
»Pero antes me despidió a mí, porque acaeció que zarpaba un barco de
gente tesprota hacia Duliquio, rica en trigo. Y él les encargó que me
transportaran hasta el rey Acasto, solícitamente. Mas en sus mentes habían
decidido un maligno plan con respecto a mí, para que aún más me agobiara la
carga de la desdicha. Tan pronto como la nave de alto bordo navegó lejos de la
costa, al momento maquinaron el día de mi esclavitud. Me despojaron de mis
ropas, de manto y túnica, y me pusieron encima míseros andrajos y una túnica
llena de agujeros, los que ahora estás viendo ante tus ojos.
»A la tarde llegaron a los campos de Ítaca, que se ve desde lejos. Entonces
me dejaron atado en su barco de buenos bancos de remos, fuertemente, con
una soga retorcida, y ellos bajaron a tierra a toda prisa para preparar su cena en
la orilla marina. A mí me aflojaron las cuerdas los dioses mismos, sin duda, y,
liándome a la cabeza mis harapos, me deslicé por el pulido timón y me lancé
de cabeza al mar, y enseguida me puse a avanzar nadando con mis brazos y
muy pronto me encontré bien lejos de aquéllos. Arribé a la costa, por donde
había un encinar de floreciente fronda, y me tumbé agazapado. Ellos con