Page 153 - La Odisea alt.
P. 153
«¡Forastero, pues sí que lograría fama y renombre entre la gente, en el
momento y más tarde, si después de haberte invitado a mi cabaña y ofrecido
dones de hospitalidad, fuera a matarte y quitarte la vida! Ya es hora de cenar.
¡Ojalá que vuelvan pronto mis compañeros, para que en la cabaña tengamos
pronto una sabrosa cena!».
Mientras así charlaban uno con otro, pronto llegaron los cerdos y los
porquerizos. Éstos encerraron a las bestias en sus pocilgas para que durmieran,
y se levantó un inmenso gruñido al entrar los cerdos en los establos. Entonces
llamó a sus compañeros el divino porquerizo:
«Traed el mejor de los puercos, para que lo sacrifique en honor del
huésped venido de lejos. También lo aprovecharemos nosotros que soportamos
desde hace mucho fatigas por los cerdos de blancos colmillos, mientras otros
se zampan nuestro trabajo sin pagarlo».
Después de hablar así se puso a trocear la leña con el fiero bronce. Ellos
trajeron un cerdo de cinco años, muy gordo; y lo colocaron junto al hogar. No
se olvidó de los dioses el porquerizo, pues tenía piadosos pensamientos. Así
que, ofreciendo las primicias, arrojó al fuego unos pelos de la cabeza del cerdo
de blancos dientes mientras rogaba a los dioses para que el prudente Odiseo
regresara a su casa. Echó luego mano al cerdo y lo golpeó con un palo de roble
que había apartado al cortar la leña. El animal perdió la vida y ellos lo
degollaron, lo tostaron y lo trocearon. El porquerizo fue tomando trozos de
cada parte del bicho y los recubría de pingüe grasa. Algunos los dejaba sobre
el fuego, una vez espolvoreados de harina de cebada, y otros los trinchaban y
los ensartaban en los espetones, y los asaron cuidadosamente y luego los
apartaron del fuego y los echaron sobre la mesa en montón. El porquerizo se
levantó para hacer el reparto. Pues sabía hacer lo apropiado con buen juicio. Y,
haciendo el reparto, dividió todo en siete porciones. Una la ofreció a las
Ninfas y a Hermes, hijo de Maya, con plegarias. Las demás las distribuyó una
a cada uno.
Le ofreció como presente a Odiseo el largo lomo del cerdo de blancos
dientes, y este honor alegró el ánimo de su señor. Y, tomando la palabra, decía
el muy astuto Odiseo:
«¡Ojalá, Eumeo, seas tan grato a Zeus Padre como lo eres para mí, ya que,
en mi condición actual, me honras así con tus bienes!».
Respondiéndole tú, porquerizo Eumeo, le dijiste:
«Come, desdichado huésped, y goza de lo que tienes a mano. Porque un
dios dará esto y negará aquello, según quiera en su ánimo, ya que todo lo
puede».
Así dijo, y ofreció en sacrificio las primicias a los dioses de vida perenne,