Page 152 - La Odisea alt.
P. 152

grandes  gritos  recorrían  el  terreno,  pero  no  les  pareció  de  mucho  provecho
               buscarme más a fondo, y de nuevo reembarcaron en su cóncava nave. A mí me
               ocultaron sin esfuerzo los mismos dioses, y me guiaron y trajeron a la majada
               de un hombre prudente. Todavía, por tanto, es mi destino vivir».

                   Le contestaste, en respuesta, porquerizo Eumeo:

                   «¡Infeliz forastero, qué a fondo has conmovido mi ánimo, al referir todas

               esas desventuras, cuánto sufriste y cuánto erraste! Pero no hablaste con tino,
               pienso, y no vas a convencerme, en lo que respecta a Odiseo. ¿Qué necesidad
               tienes, siendo como eres, de mentir vanamente? Bien sé yo también, por mí
               mismo, lo del regreso de mi amo. Él era odioso a todos los dioses en el fondo,
               porque no lo abatieron ante los troyanos o en los brazos de los suyos, después
               de  finalizar  la  guerra.  En  ese  caso  le  habrían  erigido  una  tumba  todos  los
               aqueos  y  habría  ganado  además  una  gran  gloria  para  su  hijo  en  el  futuro.
               Ahora, en cambio, lo han arrebatado sin honor las Harpías.


                   »Yo estoy retirado con los cerdos, y no voy a la ciudad a no ser que la
               prudente  Penélope  me  ordene  acudir,  cuando  llega  alguna  noticia  de  algún
               lado. En ese caso los otros se presentan allí y preguntan todo, ya sean quienes
               se apenan por la ausencia del rey, ya quienes se alegran devorando sus bienes
               sin miramientos. Pero a mí no me resulta grato charlar ni preguntar desde que
               un viajero etolio me engañó con su relato. Ése, que había matado a un hombre

               y  vagabundeado  por  el  mundo,  llegó  a  mi  casa  y  yo  le  acogí  con  afecto.
               Aseguraba que lo había visto en la mansión de Idomeneo en Creta, cuando
               reparaba su barco, al que habían dañado los temporales. Y contaba que iba a
               regresar en verano o en otoño, trayendo muchas riquezas, con sus compañeros
               semejantes a los dioses.

                   »Así que tú, viejo muy sufrido, puesto que acá te condujo la divinidad, no

               quieras disponerte a bien conmigo ni encantarme con embustes. Porque no voy
               a  respetarte  ni  a  tratarte  como  amigo  por  eso,  sino  porque  temo  a  Zeus
               Hospitalario, y me compadezco de ti».

                   Respondiéndole el muy astuto Odiseo dijo:

                   «¡Ciertamente tienes en tu pecho un ánimo desconfiado, pues ni con mis
               juramentos te he persuadido ni logro convencerte! Sea, vamos a hacer ahora

               un  pacto.  Sean  pues  testigos  los  dioses  de  uno  y  otro,  los  que  habitan  el
               Olimpo. Si tu señor vuelve por esta casa tuya, vísteme de manto y túnica, y
               preocúpate  de  mi  viaje  para  llevarme  a  Duliquio,  a  donde  le  apetezca  a  mi
               corazón. Y si tu señor no llega según te he anunciado, azuza a los siervos a
               que me arrojen desde una elevada roca, para que cualquier otro mendigo se
               abstenga de engañarte».

                   Respondiéndole le decía el divino porquerizo:
   147   148   149   150   151   152   153   154   155   156   157