Page 150 - La Odisea alt.
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»Al séptimo día nos embarcamos y zarpamos de la anchurosa Creta con el
               Bóreas, un viento fuerte y bello, con ágil marcha, como bogando sobre una
               corriente.  Ninguna  de  mis  naves  sufrió  daños,  sino  que  enteros  e  indemnes
               navegábamos, dirigidos por el viento y los pilotos. Al quinto día arribamos al
               Egipto  de  bello  curso,  y  en  el  río  Egipto  detuve  mis  navíos  de  curvados
               flancos.

                   »Allí entonces ordené a mis leales compañeros que se quedaran junto a las

               naves  y  vigilaran  los  barcos,  y  despaché  a  unos  exploradores  para  que
               avanzaran como vigías. Pero ellos, dejándose llevar por la violencia, movidos
               por  su  coraje,  pronto  empezaron  a  destruir  los  admirables  campos  de  los
               egipcios,  y  raptaban  a  las  mujeres  y  los  niños  pequeños,  y  mataban  a  los
               hombres. Enseguida se difundió hasta la ciudad el griterío, y los que habían

               escuchado  el  clamor  cuando  apenas  apuntaba  el  alba  acudieron.  Toda  la
               llanura  se  llenó  de  hombres  y  caballos  y  fulgor  del  bronce.  Zeus,  que  se
               complace  en  el  rayo,  impulsó  a  mis  compañeros  a  una  cobarde  huida,  y
               ninguno  se  atrevió  a  resistir  el  ataque.  Por  todos  lados  nos  envolvían
               desdichas. Entonces mataron a muchos de los nuestros con el agudo bronce, y
               a  otros  los  capturaron  vivos  para  que  trabajaran  para  ellos  a  la  fuerza.  En
               cuanto a mí, el propio Zeus me infundió en la mente una idea. ¡Ojalá hubiera

               muerto  y  agotado  mi  destino  allá  en  Egipto!  Porque  me  esperaba  aún  gran
               pesadumbre. Al punto me quité de la cabeza el sólido casco y de mis hombros
               el escudo, y dejé caer la lanza de mi mano. Luego me fui al encuentro del
               carro  del  rey,  y  lo  agarré  y  me  abracé  a  sus  rodillas.  Y  él  me  amparó  y  se
               apiadó de mí. Me subió a su carro y me llevaba a su palacio, y yo lloraba.

                   »Desde  luego  que  muchos  me  amenazaban  con  sus  lanzas  deseosos  de
               darme  muerte,  puesto  que  estaban  terriblemente  encolerizados.  Pero  él  me

               protegía  y  sentía  respeto  a  la  cólera  de  Zeus  Hospitalario,  que  castiga  con
               severidad las malas acciones.

                   »Allí  permanecí  siete  años  y  reuní  muchas  riquezas  entre  los  egipcios.
               Todos  me  hacían  regalos.  Pero  cuando  llegó  el  octavo  año  en  el  paso  del
               tiempo,  entonces  apareció  un  fenicio,  un  individuo  diestro  en  engaños,
               trapacero, que ya había causado incontables daños a otros hombres, y éste me

               persuadió con sus embustes y me invitó a irme con él a Fenicia, donde tenía su
               casa  y  sus  riquezas.  Allí  me  quedé  en  sus  posesiones  un  año  entero,  pero
               cuando ya habían pasado los meses y los días del año completo, y de nuevo se
               repetían  las  estaciones,  me  invitó  a  viajar  en  una  nave  de  alto  bordo  hacia
               Libia, con traicionera intención, con el pretexto de que le ayudara con la carga,
               pero  era  para  venderme  y  sacarse  una  buena  ganancia.  Le  acompañé  en  su

               nave, aunque algo recelaba, por su insistencia. La nave corría con el viento
               Bóreas,  fuerte  y  hermoso,  hasta  pasar  Creta.  Pero  Zeus  meditaba  su
               destrucción.
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