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»Al séptimo día nos embarcamos y zarpamos de la anchurosa Creta con el
Bóreas, un viento fuerte y bello, con ágil marcha, como bogando sobre una
corriente. Ninguna de mis naves sufrió daños, sino que enteros e indemnes
navegábamos, dirigidos por el viento y los pilotos. Al quinto día arribamos al
Egipto de bello curso, y en el río Egipto detuve mis navíos de curvados
flancos.
»Allí entonces ordené a mis leales compañeros que se quedaran junto a las
naves y vigilaran los barcos, y despaché a unos exploradores para que
avanzaran como vigías. Pero ellos, dejándose llevar por la violencia, movidos
por su coraje, pronto empezaron a destruir los admirables campos de los
egipcios, y raptaban a las mujeres y los niños pequeños, y mataban a los
hombres. Enseguida se difundió hasta la ciudad el griterío, y los que habían
escuchado el clamor cuando apenas apuntaba el alba acudieron. Toda la
llanura se llenó de hombres y caballos y fulgor del bronce. Zeus, que se
complace en el rayo, impulsó a mis compañeros a una cobarde huida, y
ninguno se atrevió a resistir el ataque. Por todos lados nos envolvían
desdichas. Entonces mataron a muchos de los nuestros con el agudo bronce, y
a otros los capturaron vivos para que trabajaran para ellos a la fuerza. En
cuanto a mí, el propio Zeus me infundió en la mente una idea. ¡Ojalá hubiera
muerto y agotado mi destino allá en Egipto! Porque me esperaba aún gran
pesadumbre. Al punto me quité de la cabeza el sólido casco y de mis hombros
el escudo, y dejé caer la lanza de mi mano. Luego me fui al encuentro del
carro del rey, y lo agarré y me abracé a sus rodillas. Y él me amparó y se
apiadó de mí. Me subió a su carro y me llevaba a su palacio, y yo lloraba.
»Desde luego que muchos me amenazaban con sus lanzas deseosos de
darme muerte, puesto que estaban terriblemente encolerizados. Pero él me
protegía y sentía respeto a la cólera de Zeus Hospitalario, que castiga con
severidad las malas acciones.
»Allí permanecí siete años y reuní muchas riquezas entre los egipcios.
Todos me hacían regalos. Pero cuando llegó el octavo año en el paso del
tiempo, entonces apareció un fenicio, un individuo diestro en engaños,
trapacero, que ya había causado incontables daños a otros hombres, y éste me
persuadió con sus embustes y me invitó a irme con él a Fenicia, donde tenía su
casa y sus riquezas. Allí me quedé en sus posesiones un año entero, pero
cuando ya habían pasado los meses y los días del año completo, y de nuevo se
repetían las estaciones, me invitó a viajar en una nave de alto bordo hacia
Libia, con traicionera intención, con el pretexto de que le ayudara con la carga,
pero era para venderme y sacarse una buena ganancia. Le acompañé en su
nave, aunque algo recelaba, por su insistencia. La nave corría con el viento
Bóreas, fuerte y hermoso, hasta pasar Creta. Pero Zeus meditaba su
destrucción.