Page 130 - La Odisea alt.
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»Pero cuando ya distábamos tanto como lo que alcanza un grito, en nuestro
               presuroso  avance,  a  ellas  no  les  pasó  inadvertido  que  nuestra  nave  rauda
               pasaba cerca, y emitieron su sonoro canto:

                   »“¡Ven, acércate, muy famoso Odiseo, gran gloria de los aqueos! ¡Detén tu
               navío para escuchar nuestra voz! Pues jamás pasó de largo por aquí nadie en
               su negra nave sin escuchar la voz de dulce encanto de nuestras bocas. Sino que
               ése, deleitándose, navega luego más sabio. Sabemos ciertamente todo cuanto

               en  la  amplia  Troya  penaron  argivos  y  troyanos  por  voluntad  de  los  dioses.
               Sabemos cuanto ocurre en la tierra prolífica”.

                   »Así decían desplegando su bella voz. Y mi corazón anhelaba escucharlas,
               y ordenaba a mis compañeros que me desataran haciendo gestos con mis cejas.
               Ellos se curvaban y bogaban. Pronto se pusieron en pie Perimedes y Euríloco
               y vinieron a sujetarme más firmemente con las sogas. Cuando ya las hubimos
               pasado y no escuchábamos más ni la voz ni la canción de las Sirenas, al punto

               mis fieles compañeros se quitaron la cera con que les había yo taponado los
               oídos, y me libraron de las cuerdas.

                   »Mas cuando dejamos ya atrás la isla, de pronto avisté una humareda y un
               salvaje  oleaje  y  oí  su  estrépito.  A  los  demás,  aterrados,  se  les  cayeron  los
               remos  de  las  manos,  y  chasquearon  las  palas  sobre  el  flujo  marino.  Allí  se
               detuvo la nave, cuando los brazos dejaron de mover los torneados remos. Yo

               entonces iba por el barco y animaba a mis compañeros con palabras de aliento,
               acercándome a cada remero:

                   »“¡Eh, amigos, que no somos para nada inexpertos en desdichas! Ésta no
               es, desde luego, mayor que cuando el cíclope nos encerró en su cóncava cueva
               con espantosa brutalidad. Y, bien, de allí también con mi valor, mi astucia y mi
               decisión  escapamos,  y  confío  que  de  esto  también  podremos  acordarnos.

               Ahora, venga, manos a la obra todos tal como yo os diga. Vosotros con las
               palas  del  remo  batid  la  hondonada  rugiente  del  mar,  apostados  junto  a  los
               escálamos, a ver si Zeus nos concede escapar de la muerte y salvarnos. A ti,
               timonel, te digo esto y tú guárdalo en tu ánimo, ya que gobiernas el timón de
               la cóncava nave. Mantén el barco lejos de ese humo y oleaje, y bordea con
               cuidado  los  riscos,  que  no  se  te  desvíe  el  rumbo  y  nos  precipites  en  la

               destrucción”.

                   »Así dije, y ellos obedecieron al punto mis órdenes. Aún no les conté nada
               sobre  Escila,  inevitable  calamidad,  no  fuera  que,  aterrorizados,  mis
               compañeros dejaran los remos y se ocultaran todos juntos allí dentro. Conque
               me olvidé de la angustiosa advertencia de Circe, cuando me aconsejó que no
               aprestara  mis  armas  para  nada.  Entonces  yo  revestí  mis  armas  famosas  y,

               tomando en mis manos dos lanzas, avancé hacia el puente del navío en la proa.
               Pensaba que desde allí vería aparecer a Escila en la roca, portadora de muerte
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