Page 133 - La Odisea alt.
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Euro  y  el  Noto.  Mientras  ellos  tuvieron  pan  y  vino  todo  el  tiempo  se
               mantuvieron lejos de las vacas, atentos a conservar su vida. Pero cuando ya se
               agotaron  todas  las  provisiones  de  nuestro  barco,  entonces  se  dedicaron,  por
               necesidad, a la caza, en busca de peces y aves, lo que cayera en sus manos,
               armados con curvos anzuelos. El hambre les desgarraba el estómago.

                   »Yo, entre tanto, me interné en la isla para suplicar a los dioses a ver si
               alguno me indicaba un camino para salir de allí. Adentrándome pues en la isla,

               esquivando a mis compañeros, después de lavar mis manos y encontrando un
               abrigo de la tempestad, comencé a suplicar a los dioses que habitan el ancho
               Olimpo. Ellos derramaron sobre mis párpados el dulce sueño.

                   »Y entre los compañeros Euríloco comenzó a dar un malicioso consejo:

                   »“¡Prestad  atención  a  mis  palabras,  compañeros  en  afrontar  tantas
               desgracias! Todas las muertes son odiosas para los infelices mortales, pero lo

               más  penoso  es  sucumbir  y  perder  la  vida  por  hambre.  Así  que,  adelante,
               cojamos  las  mejores  vacas  de  Helios  y  sacrifiquémoslas  a  los  dioses  que
               habitan  el  amplio  Olimpo.  Si  regresamos  a  casa,  a  nuestra  tierra  patria,
               enseguida  construiremos  a  Helios  Hiperión  un  espléndido  templo,  y  le
               ofreceremos allí numerosas y dignas ofrendas votivas. Pero si, irritándose a
               causa  de  las  vacas  de  altos  cuernos,  decide  destruir  nuestra  nave,  y  eso  lo
               aprueban los otros dioses, prefiero perder la vida de una vez tragando olas que

               desfallecer lentamente en esta isla desierta”.

                   »Así  habló  Euríloco  y  asentían  los  demás  compañeros.  Muy  pronto
               apartaron las mejores vacas de Helios de allí cerca, pues no lejos del barco de
               proa  azul  pacían  las  hermosas  reses  de  ancha  testuz  y  sesgado  paso,  y  las
               acorralaron  al  tiempo  que  hacían  plegarias  a  los  dioses,  coronándolas  con
               hojas frescas de un haya de alta copa, porque no tenían cebada blanca en su

               nave  de  buenas  maderas.  Luego  hicieron  sus  plegarias,  las  degollaron  y
               desollaron,  despiezaron  los  muslos  y  los  recubrieron  de  grasa,  por  arriba  y
               abajo,  y  sobre  ellos  colocaron  trozos  de  carne.  No  tenían  vino  para  hacer
               libaciones sobre las víctimas que se asaban, pero hicieron libaciones con agua
               al  tiempo  del  asado  de  las  vísceras.  En  cuanto  se  quemaron  los  muslos  y
               probaron  las  vísceras,  se  pusieron  a  trocear  por  menudo  todo  el  resto  y  a

               ensartarlo en los espetones.

                   »Entonces el placentero sueño desapareció de mis párpados y eché a andar
               hacia la rápida nave y a la orilla del mar. Pero cuando al avanzar estaba ya
               cerca del navío de curvos costados, me envolvió el vaho dulzón de la grasa.
               Dando un suspiro lancé mi queja a los dioses inmortales:

                   »“¡Padre Zeus y felices dioses que sois para siempre, cuán para mi ruina
               me adormecisteis con despiadado sueño mientras mis compañeros velaban y

               tramaban el gran desastre!”.
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